La primera de estas piezas lo fue Espigas maduras de Franklin Domínguez, escrita y representada en 1958 y publicada en 1960

En las últimas décadas el tema de las consecuencias de la historia ha sido debatido con renovadas perspectivas en torno a la sensibilidad individual y las formas del arte, bajo conceptos como la ‘memoria histórica’ o bien bajo la noción de los llamados ‘museos de la memoria’, tan lidiada por Ricoeur especialmente en su libro La mémoire, l’histoire, l’oubli (referimos la traducción de Agustín Neira, 2010). Como un hecho estético muy especialmente ligado a las huellas de la proliferación de dictadores y tiranías en la Región, a partir de 1940 la literatura hispanoamericana en general prescindiría de las formas realistas tradicionales. Los artistas de la palabra decantaron su escritura hacia modelos lejanos, utilizando diferentes marcos de estilo, en general vinculados a las corrientes propias de un Modernismo Tardío, herencia directa del Simbolismo parnasiano.

En territorio dominicano, dos dramaturgos elegirían las formas de la tragedia griega para expresar ante la sociedad la misma postura inconformista ante el despotismo estamental. La gesta heroica aunque fallida del 14 de junio de 1959, logró intensificar un clima de protestas ya instalado, a tal envergadura, que las conspiraciones en suelo dominicano para derrocar a Trujillo -1930,1961- envolvían a personas de todos los círculos sociales, servidores del gobierno, y agentes extranjeros. Los acontecimientos presagiaban la inminente caída del régimen y el encarcelamiento y asesinato de la mayoría de los implicados en el complot y sus familiares, como represalia, provocaron una reacción en masa de la ciudadanía.

En medio de aquel panorama socio-político, algunos autores dominicanos escribieron obras de teatro de fuerte carácter revolucionario que se sumaron como aporte intelectual al aparato opositor de la tiranía y en las que se exponía —de forma simbólica— el drama de la decadencia del poder autócrata. La primera de estas piezas lo fue Espigas maduras de Franklin Domínguez, escrita y representada en 1958 y publicada en 1960. Le siguió Prometeo, de Héctor Incháustegui Cabral (1912-1979), representada en octubre de 1959. De 1960 era Creonte de Marcio Veloz Maggiolo; las tres piezas fueron llevadas a escena en diferentes oportunidades. Escritas al final de treinta años de dictadura, plantearon en el teatro la realidad política desde distintos planos artísticos. Creonte y Prometeo se vistieron de las antiguas formas griegas para proponer un nuevo orden político.
La obra de Veloz Maggiolo recreaba a Sófocles centrándose en el personaje que le da nombre y al que se agregan otros de nueva invención. La trama comienza tras la derrota de los argivos en el asalto a las siete puertas de Tebas, cuando Creonte se instala con el poder en la ciudad, tras haber sido muertos Etéocles y Polinices y enlaza con el tema clásico relatando los amores de Antígona y su prometido Hemón, hijo de Creonte. El motivo de la tragedia es la impiedad del tirano al negarse a enterrar a los muertos vencidos, incurriendo en una grave ofensa religiosa. Al espinoso pecado de dejar los cadáveres insepultos se unía la irreverente aspiración a ser elevado a la estatura divina, como un nuevo Dios. Sobre un fondo de nepotismo se proyecta la insurrección, que logra la caída del tirano impulsada por los esfuerzos de sus propios hijos y familiares, y de los conciudadanos, incapaces de seguir bajo tal dictadura.

El Prometeo de Incháustegui es una tragedia en versos, que presenta la agonía de un joven de ciudad desencantado y en lastimosa relación con su padre, un hombre de negocios poderoso y autoritario contra quien aquél se rebela inútilmente. La historia traslada el drama al seno de una familia burguesa y, desde diferente perspectiva a la que se presentaba en Espigas maduras, de ámbito rural. Tanto la pieza de Veloz Maggiolo como la del poeta Incháustegui, daban continuidad a la línea clásica iniciada por Pedro Henríquez Ureña con La muerte de Dionisos de 1916.

Junto al Prometeo, las piezas Filoctetes e Hipólito conformaron una trilogía sobre temas y recursos clásicos que remiten a los fundadores de la tragedia Esquilo, Sófocles y Eurípides. Héctor Incháustegui Cabral las publicaría más tarde en 1964, bajo el titulo Miedo en un puñado de polvo. Prometeo reconstruye al Esquilo griego, adaptándolo a circunstancias contemporáneas. A diferencia del personaje antiguo, quien asume su responsabilidad aceptando el castigo, el protagonista de Incháustegui se muestra absorbido por un sentimiento casi enfermizo de venganza, y un miedo que al final le derrota, aunque este temor es presentado de forma simbólica como sentimiento existencial, producto de las circunstancias adversas que reflejaba la sociedad en aquella etapa histórica.

El protagonista creado por Incháustegui se vale de unos documentos que comprometen a su padre y prueban su maldad. Contienen la denuncia de los atropellos, el robo, las injusticias y la falta de moral cometidos a lo largo de años de abuso del poder. En la trama, el nuevo Prometeo espera que finalmente se haga justicia en la sociedad con el desmantelamiento de la empresa paterna de la que es accionista, pero su empeño es fuente de angustia y sufre al saberse impotente por encontrarse físicamente atado a una silla de ruedas; al mismo tiempo que despliega su intento, teme a la reacción del tirano. La historia se desarrolla en un lugar desconocido inserto en la modernidad, lo que se desprende de las acotaciones durante el transcurso de los tres actos que señalan una casa ricamente decorada, autos, aviones; y asimismo el personaje déspota se va perfilando, sin nombre, pero con un poder sin límites, logrando destruir los planes para su
derrocamiento.

Además de mi ‘Estudio preliminar’, que introduce la Antología de Clásicos de la literatura dramática dominicana, en la que abordo extensamente este tema, refiero a los interesados el punto de vista de Doris Melo, quien ha investigado a fondo sobre la relación de los mitos clásicos en Hispanoamérica -entre ellos “El héroe prometeico como símbolo de la colectividad, de Jean Duvignaud en la obra trágica Prometeo de Incháustegui Cabral”)- y trata en detalle la circunstancia en que cada uno de estos héroes de Incháustegui cae derrotado finalmente por el poder del Estado que los lleva al suicidio o, en el caso de Hipólito, por el destino, que se encarga de dar fin al héroe en un accidente.

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