El sisal, el campo de concentración que exterminó a cientos en Azua

Hachas, pinzas, sellos calientes, aguijones, látigos, cinturón militar, machetes, sogas y alambres eléctricos eran usados por militares para castigar a quienes intentaban escaparse o se negaban a la esclavitud de la plantación

Aún no se sabe el número exacto de trabajadores, lo que sí se sabe es que fueron miles los sometidos a largas jornadas de trabajo y asesinados o muertos por las torturas a las que fueron subyugados en aquel sembradío de sisal, ubicado en el municipio Pueblo Viejo, en la provincia de Azua.

Había sido otro capricho de Rafael Leónidas Trujillo. Para 1950 se había interesado en sembrar en el país la conocida planta, originaria de Yucatán, México, y ya para 1952 había inaugurado las instalaciones del sisal, el 25 de octubre para ser más exactos.

Sisal

El campo tenía alrededor de 125 kilómetros cuadrados y contaba con maquinarias pesadas para hacer el trabajo, además de talleres, almacenes y garajes.

Meses antes de la inauguración, el coronel Arturo Espaillat, o “Rompe hueso”, como luego se le llamaba, solicitó a todos los hombres de El Rosario, en Azua, que se reunieran en el puente Las Auyamas a las 5:30 de la tarde del 13 de marzo de 1952.

Pronto el lugar alojaría a más de 400 empleados y obreros en 20 edificaciones de madera, donde también se quedaría el personal que dirigiría aquel campo de muertes.

No había de un bando o de otro. Eran trujillistas o no. Daba igual. La esclavitud, malnutrición, constantes maltratos y posterior muerte les esperaba a los hombres, a manos de “Rompe hueso” y del también coronel José María Alcántara, a quien apodaban “Yilé”.

En el libro “El Sisal: Esclavitud y Muerte en la Era de Trujillo”, del escritor dominicano Rafael Cuello, se relata cómo un trabajador fue pateado alrededor de 60 veces por parte del general Espaillat, “llegando a ponerse amoratado por todo el cuerpo y a vomitar la sangre por boca y nariz”.

“Rompe hueso” fue retirado del cargo cuando fue acusado de la muerte de un ciudadano estadounidense, cuyo cuerpo fue hallado sobre papeles de cuentas económicas y planos del sembradío.

Pero su final estaba cerca. El capataz tuvo un accidente de tránsito y tendrían que amputarle una pierna, por lo que se suicidaría ese mismo año, 1952. Quien lo sustituiría: Yilé.

Al comenzar a dirigir el sisal, el general Alcántara se percata de que los hombres no eran suficientes para todo el trabajo en el campo y, en busca de no quedar mal con el dictador Trujillo, dispone un macabro plan que dejaría a decenas de hogares sin padres de familia y a madres sin sus hijos.

Diez camiones salieron del sembradío el 14 de mayo del 1953 y regresaron con hombres de todas las edades. Los camioneros habían recibido la orden de subir a los vehículos a todos los hombres que encontraran caminando o jugado en las calles de Santo Domingo, la capital dominicana.

Los nuevos desdichados fueron recibidos a golpes en aquel infierno y entre sus métodos de tortura al revelarse figuraba la falta de comida: solo se les daba una vez al día.

Se estima que para septiembre de 1953 solo quedaban unos 90 obreros en el sisal. Las pocas informaciones que se tienen de la época indican que 30 habían muerto a golpes, 80 fusilados, 25 se habían escapado (de los cuales 8 sobrevivieron), 15 ahorcados y cinco fueron liberados por tener el apellido Alcántara, el mismo que el coronel.

Moca, Santiago, La Vega y Puerto Plata fueron las localidades recorridas por cuatro camiones el 1 de septiembre del mismo año, logrando atrapar a 900 hombres a quienes la suerte les había hecho una mala jugada.

De igual forma, de la Fortaleza de Santiago, que estaba llena de personas que se oponían al régimen trujillista, fueron captados para ser llevados al sisal. Solo de ahí sacaron a 200 hombres, siendo los más afortunados de librarse los ladrones, violadores y asesinos.

Hachas, pinzas, sellos calientes, aguijones, látigos, cinturón militar, machetes, sogas y alambres eléctricos, entre otros elementos, eran usados por los militares para castigar a aquellos que intentaban escaparse o se negaban a la esclavitud de la plantación.

Hombres iban muriendo, mismos que eran “repuestos” por camiones que salían a diferentes provincias.

Un sobreviviente contó que solo en el período de enero a diciembre de 1957 fueron asesinados 178 hombres.

Entre las víctimas de esta horrible parte de la historia figuran Julián Reinoso Ferrer, José Dionisio Tiburcio y Valentín García, quienes fueron dejados en libertad en enero de 1958, un año después de ser detenidos.

Durante el tiempo que estuvieron en el sisal vieron ahorcar a 14 hombres que intentaron escaparse, 12 que estaban en condiciones débiles fueron ultimados, cinco fueron llevados en una camioneta y baleados el mismo día.

“A los ocho meses de nosotros estar ahí, sacaron una parte de los presos, embarcándolos para Pedernales. Al otro día, nos desnudaron a todos y nos mandaron a trabajar así para que no nos fugáramos”, explicaron.

De los privados de libertad huyeron 35, de los cuales tres fueron agarrados y ahorcados. Los demás se salvaron del infierno.

La «salvadora» de los esclavos del sisal sería Mercedes Rodríguez Sánchez “Conchita”, quien averiguó que su hijo, a quien llamaban “El Rubio”, había sido llevado al campo de concentración.

Con varios guardaespaldas y en vehículos de lujo llevó al sembradío, junto con la buena posición social y económica que gozaba, donde un militar le informó que su hijo había sido asesinado cuatro horas antes.

“Doña, de acuerdo con las características que usted nos está dando, ese es El Rubio, si usted hubiera llegado cuatro horas antes, habría encontrado a su hijo vivo, pero también lo habría tenido que acompañar al más allá, porque nosotros conocemos más a ese diablo que él mismo (se refería al coronel Alcántara) y de ninguna manera se lo hubiesen entregado porque de aquí son pocos los que salen vivos”, le habían comentado.

Aquellas palabras habrían bastado para que la mujer prometiera vengarse y regresara al sisal con Trujillo, quien dijo a los presos que desde ese día eran libres, noticia que causó burlas entre ellos ya que no podían creerlo.

Sin embargo, el tirano rompió los alambres para despachar a los presos y los pobres diablos saldrían corriendo de aquel infierno, muchos de ellos muriendo en el camino debido a las enfermedades, heridas, malnutrición y otras clases de desdichas producto de las aberraciones en el sembradío.

El infierno se había instalado en la provincia de Azua y, tras más de ocho años atormentando a “sus demonios”, había llegado a su fin en la década de 1960, dejando en sus tierras la sangre de hombres que dejaron en incertidumbre a miles de familias de la República Dominicana.

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