Rafael Chaljub Mejía no es un intelectual sino más bien un hombre de acción, aunque es un historiador autodidacta y autor de más de diez obras. A sus ochenta y tres años, vive en un departamento amplio, rodeado de libros, continúa escribiendo y se dedica también a lo que define como su otra pasión, el merengue, un tema que ha investigado profundamente y del que muestra un conocimiento casi enciclopédico, pero también fue militante revolucionario en sus años juveniles, conoció personalmente a Maximiliano Gómez, El Moreno, y a Amín Abel, con quienes compartió un compromiso de lucha.
¿Dónde nació usted y dónde cursó sus estudios?
Nací en una aldea del nordeste en la provincia María Trinidad Sánchez, que entonces se llamaba Julia Molina, en inmerecido honor a la madre del “perínclito” Trujillo. Vine al mundo en 1942, al campo, a la lucha y a la muerte, que es lo que a todos nos llegará alguna vez ¿verdad? Era una aldea sin luz eléctrica, sin carreteras, que desaparecía del mapa cuando llegaba la noche. Soy hijo de una dominicana y de un hijo de inmigrantes árabes que llegaron al país en un barco que hizo escala en Francia. Mi papá cruzó después el macizo montañoso y se asentó en un valle muy fértil en un paraje al que le dieron el nombre de Las Gordas, que hoy sería repudiado por temas como la gordofobia, creo. Ahí empecé mi escolaridad en una escuelita en ese lugar. Cursé hasta el octavo en Boca de Nagua, porque el sexto lo hice en Pimentel.
¿Qué otras cosas recuerda de su adolescencia en esos parajes?
En el año 59, durante una de las invasiones, esos campos fueron militarizados, llegaron camiones, a los campesinos se les exigía un servicio que era vigilar la playa, cada cierto tiempo uno tenía que amanecer a la orilla del mar, mirar e informar si veía algo raro, había una sabana, además, que era una llanura, ahí se hicieron zanjas para evitar que aterrizaran los aviones, una vez llegó un asistente del alcalde pedáneo y trajo armas para que vigiláramos un puente, porque se decía que ahbía un sobreviviente que había escapado… nunca pasó nada ni nadie por ahí. Los camiones militares venían y se llevaban a todos los muchachos, pero en realidad era para trabajar en una plantación que tenía Trujillo, y necesitaba mano de obra, así que se llevaban a los jóvenes como “voluntarios”.
¿Cuándo vino a la capital?
Llegué aquí con 19 años, con la expectativa de convertirme en pelotero, era un año muy difícil, sobre todo para la gente que tenía una militancia política, yo todavía no la tenía, pero se veía. Yo vine a recibir una clínica con una gloria del béisbol que se llamaba Horacio Martínez, un escucha de los Gigantes de Francisco me había visto lanzar, me llevaron a San Francisco de Macorís, pero eso finalmente no se dio. Yo ya me había “liado” con alguna gente del 14 de Junio, y así comenzó mi militancia política. Me inscribí en la Unión Cívica Recuerdo que en octubre del 61 fue la matanza de estudiantes en la calle Espaillat, así que yo decidí que la política sería mi prioridad.
¿Cuándo empieza su militancia en el MPD?
El 14 de Junio permitía la doble militancia, por eso me inscribí en la Unión Cívica, Fidelio Despradel había quedado como secretario general después de la muerte de Manolo Tavárez Justo, pero después el 14 de Junio se desintegró, y me integré al MPD, ya para ese entonces yo había sido guerrillero, había estado en La Victoria, había estado en China, en la academia militar de Nanking, en plena revolución cultural, estuve en Tiananmen, pude ver de cerca a Mao, a mí me apresaron cuando regresaba de China, en el 68. En el 67 inclusive le informaron a mi padre que yo estaba muerto, le enseñaron una foto, pero resulta que no, “que el muerto se fue de rumba”…
¿Cómo fue su militancia en el MPD?
Cuando yo me fui del 14 de Junio hablé con Amauri Germán Aristy, que era como un hermano y con el que mantuve una amistad inquebrantable. Yo fui el reemplazo de Amin Abel cuando a él lo hicieron preso en El Limón del Yuna.
¿Cuántas veces estuvo en La Victoria?
Fui un visitante asiduo de ese “hotel”, la primera vez estuve ocho días, la segunda vea fueron cuatro meses, y la tercera vez dos años, yo nunca acepté que era guerrillero, sino que era un simple campesino, parece que eso dio resultado… en la última estancia en La Victoria pasé mucho tiempo estudiando historia. Y cuando Fafa Taveras empezó a dirigir esos estudios, con su vuelo intelectual, eso tomó una forma más orgánica. En ese tiempo yo comencé a hacer unas fichas de personajes históricos que fui conociendo a través de los libros. Las fui sacando de la cárcel a través de mi mujer, treintaytrés años después, esas fichas cobraron vida, con ellas escribí un libro y se lo mostré a Leonel Fernández, le dije que necesitaba “un cireneo” que me ayudara a cargar esa cruz, él me mandó donde Daniel Toribio, que era el jefe del Banco de Reservas, y me lo patrocinaron.
¿Cuántos libros ha escrito usted?
Unos cuantos, son dieciséis, principalmente de historia, hay dos que son del merengue, hay uno que lo terminé hace varios años, otro que son las memorias de Fafa Taveras, que está en fase de terminación, hay dos que son casi autobiográficos, memorias de mi participación en la guerrilla de 1963, no todos están publicados.
¿Cómo es su relación con el merengue?
Eso da para varias entrevistas más, yo crecí en una zona donde había fiestas de atabales, donde el acordeón era una cosa común, cuando a mí me mandaron a estudiar, tenía casi nueve años, cerca de la casa donde yo vivía, había una vellonera, de los veinticinco centavos que mi papá me daba, yo guardaba una parte, y me iba al bar ese a escuchar Juanita Morel, por el trío Reynoso, dice el poeta Pedro Mir que ese es el merengue por excelencia. Cuando crecí conocí a merengueros que eran verdaderos maestros, los músicos del campo, yo entonces no tenía la capacidad para descubrir que ese era un atributo de nuestra identidad, conocí a Juanita Morel, conocí a Chanflín, que son personajes mencionados en merengues reconocidos, en los tiempos más duros de la militancia, de la clandestinidad, nunca me separé del merengue y me dediqué a tratar de estudiarlo, ya lo escuché con oídos académicos, incluso hay merengueros que me han compuesto algunos merengues.
Tatico Enríquez estuvo casado con una hermana suya ¿verdad?
Sí, Tatico y yo éramos compañeros de un equipo de béisbol, en ese tiempo cada equipo tenía su conjunto de merengue y Tatico era nuestro músico, él tocaba para nosotros todo el día, a cambio de que no le cobráramos el pasaje y le pagáramos la comida, después fuimos parientes políticos. Después hicimos con Huchi Lora un documental sobre el merengue que ganó un premio cuando todavía estaban los Casandra.
¿Usted es totalmente autodidacta?
Sí, totalmente, yo digo que mis primeros maestros fueron esos viejos campesinos, que pasaban por los pueblos con sus mochilas cargadas de historias, que la mayoría eran mentiras bellísimas, de ellos aprendí a interesarme por mi país y por su historia.
¿Es importante conocer el pasado?
Se dice que lo que es, es consecuencia de lo que fue, entonces un pueblo que no conoce su pasado se queda sin referentes, puede crecer en sus ramas, pero se quedará sin tronco.
Una última reflexión
A mis ochenta y tres años, puedo decir que soy un hombre feliz, que mantengo mi convicción, es decir, me siento completamente seguro del triunfo de la causa a la que me he entregado a lo largo de mi vida.