Antes de seguir adelante debo dar noticias de mi examen en mi segundo curso, en el 1915, al terminar el año académico. Las materias eran Anatomía Descriptiva, Bacteriología, Fisiología e Introducción a la Medicina (Propedéutica médica).

Compusieron el jurado, el Dr. Rodolfo. Coiscou, presidente (Anatomía) el Dr. Salvador B. Gautier (Propedéutica) el Dr. Arístides Fiallo Cabral (Bacteriología y Fisiología). Mi nota fue Bueno. Me sería arduo poder contar de las pruebas, que fueron orales, porque no hubo ningún “cuento” que hacer que me dejara recuerdos. Estábamos en plena Guerra Europea, y no nos dábamos cuenta del giro de los tiempos… hasta que nos llegó el momento de la Ocupación Norteamericana.

En los hospitales de entonces había lo que se llamaba Tratamiento Externo: se hacían curaciones de enfermos ambulatorios, heridas, úlceras, rámpanos. Se ponían inyecciones, hipodérmicas, intramusculares, después también intravenosas. Se abrían “dilataban” abscesos; igualmente se sondeaba pacientes de las vías urinarias, que abundaban entonces. Todos los pacientes que podían ir y venir, ambulatorios. En el “Padre Billini”, había “facilidades” para examinar la orina, con reactivo de Eschenbach, pirocítrico y con licor de Tehling; este último se alteraba fácilmente. Así se determinaba la existencia de albúmina o de glucosa (azúcar) en la orina. La albúmina es más “peligrosa” que la glucosa de la orina, decía uno de nuestros mentores.

El licor de van Sveten (bromuro de mercurio 1 X 1000, teñido de rosado) se empleaba en muchas curaciones externas; el aceite fenicado o yodoformo para las fístulas. Pero se hacía uso generoso del agua oxigenada (sin pensar en el precio). El algodón hidrófilo, y la gasa de distintos tipos, venían en paquetes esterilizados. Con el Dr. Arturo Grullón vi utilizar generalmente la esterilización en autoclave. Se ponía el material en bómbanos o boites grandes, la víspera de las operaciones que el cirujano había fijado. Se utilizaban frecuentemente las (9) esterilización por alcohol para los instrumentos. El cloroformo era empleado con mascarillas de goteo. Así también el cloruro de etilo, en operaciones breves.

Para el éter lo propio era el aparato de Ombredane provisto de una vejiga de puerco. No obstante era raro un accidente mortal. Al éter se le atribuía el producir neumonías. En el “Padre Billini”, vi varias veces al Dr. Ramón Báez practicar amputaciones de miembros. Las hacía bien. El Dr. Román era su anestesista. El Dr. Mañón hacía bien las abrasiones internas.

En el “Hospital Militar” el Dr. Grullón utilizaba los practicantes indistintamente para la anestesia: me interesé en el asunto. La teoría explicada en los libros de Fisiología, la podía uno comprobar en cada caso. Las pequeñas variantes, e inesperadas molestias se vencían a poco se adquiría experiencia.

En la visita de sala, hacíamos cola para enterarnos de las órdenes y del curso de los casos. Pero las historias clínicas eran miserables. No había tales. En cambio, en consulta externa había ocasión siempre de ver a los pacientes, oírles sus quejas, escribir la receta que luego firmaba el médico consultante.

Se recetaba mucho el yoduro de potasio y las sales de quinina, sulfato, clorhidrato, enquinina. Lo mismo diré de una poción tónica, una “anticatarral”, o un “antidiarreico”. Un purgante de sal de Epson o de aceite de ricino. Ya se usaba tomar la presión arterial en el brazo y el “paño de reconocimiento” para la auscultación, pues no había muchos estetoscopios. Algunas veces subimos al laboratorio para hacer exámenes en el microscopio de campo oscuro, en horas de la prima noche. El Dr. Defilló nos facilitaba una lámpara de calcio, u otra de alcohol de su propiedad. “

Así se desarrollaba la vida de un estudiante de medicina en los inicios del siglo XX.

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