Fue en esa época de vacaciones que conocí a Jasón y a su grupo de intrépidos amigos. Alguien se apareció en mi casa con un libro, un libro grande con una portada de color verde, y cuando lo abrí ya no pude cerrarlo. Me llamaban a comer y decía dos o tres veces que estaba ocupado, hasta que me enseñaban la correa. Me llamaban para salir a jugar pelota y no hacía caso. Me decían que me fuera a bañar y tenía que obedecer de inmediato.

Imagínense lo que significaba para un muchacho de diez o doce años encontrarse así de pronto con un personaje como Jasón y aquel grupo de navegantes, que eran los héroes más grandes que había tenido Grecia y que viajaban en un barco encantado llamado Argos.

Argos era el nombre del entrañable perro de Ulises, que lo esperó durante veinte años, que fue el único que lo reconoció a su regreso, que sólo estaba esperando a que regresara para morir.

Argos era el nombre de un tipo que trabajaba para la diosa Hera, que tenía más de cien ojos, y cuando dormía dejaba la mitad abiertos y lo veía todo y lo vigilaba todo. Cuando lo mataron, la diosa le quitó los ojos y se los puso en la cola al pavo real, a todos los pavos reales.

Pero el Argos a que me refiero fue el que construyó el barco al que le pusieron su nombre. El barco en que viajarían los que llamarían Argonautas.

No fue trabajo fácil construirlo, según lo que cuenta en versos un tal Apolonio de Rodas. La misma diosa Atenea, también llamada Minerva (la diosa de la sabiduría que todavía veneramos), intervino personalmente. Fue ella quien le pidió a Argos que hiciera el barco, que tenía que ser grande, rápido, resistente, para aventurarse en el mar profundo y enfrentar todas las tempestades. Los planos, de origen divino, del que sería el más increíble navío de todos los mares, no podían llevarse a cabo sin intervención divina y mucho menos en tan corto tiempo. Cincuenta hombres dieron forma a la mejor madera del mundo para construir el Argos en apenas tres meses. Un barco que tenía el don de la palabra, un barco que hablaba y podía hacer profecías gracias a una pieza mágica, un tablón sagrado proveniente de un santuario de Zeus, que había tomado la diosa, quizás sin su consentimiento, y que había colocado en la proa. Era algo increíble y fascinante a la vez.

En el Argos viajaban cincuenta remeros y la más selecta tripulación de héroes y semidioses, y Jasón estaba al mando.

Con Jasón viajaba Hércules, uno de los tipos más fuertes del mundo, mitad dios y mitad humano, un semidiós, uno de los hijos de Zeus, que era el jefe del Olimpo, donde vivían los dioses, el jefe de todos los dioses griegos.

Viajaba también Orfeo, que era el mejor músico del mundo, «el padre de los cantos», como decía el poeta Píndaro. La música de la lira de Orfeo apaciguaba a las fieras, cambiaba y detenía el curso de los ríos y movía árboles y rocas, hechizaba a todos los seres y su presencia en el Argos sería de vital importancia.

También viajaba Teseo y viajaba Peleo, el futuro padre de Aquiles, viajaba Telamón, el futuro padre del poderoso Áyax y viajaban, entre otros más, los gemelos Cástor y Pólux, nacidos al mismo tiempo de la misma madre, pero de diferentes padres… Los “hermanos” de La Salle me habían predicado durante un año el catecismo, pero yo tenía un débil por la mitología griega.

No nos adelantemos, sin embargo, a los acontecimientos. El cuento comienza cuando Jasón se dispone a cruzar un río después de mucho caminar por campos y montañas y se encuentra en la orilla a una señora anciana que le pide ayuda…

«La travesía del río
»El sol de la mañana bañaba los campos cuando Jasón comenzó a bajar la escarpada montaña. Tras cruzar un sombreado pinar, se abrió camino por un viñedo de cepas enmarañadas. Ya a media tarde, se extendió ante sus ojos una amplia llanura llena de campos de maíz y salpicada de verdes limonares. Pero, para alcanzarla, Jasón debía cruzar el río Anaurio, que bajaba muy crecido por el deshielo de las nieves.
»Se disponía a meter los pies en el agua helada cuando vio a una anciana que observaba la corriente. Iba vestida con harapos y deambulaba junto a la orilla con los ojos clavados en el curso torrencial del Anaurio. Al ver a Jasón, dijo con débil voz:

»—¡Ayúdame, muchacho, por favor! ¡Ayúdame a cruzar el río!
»Jasón miró a la mujer y dudó por un instante. Si se echaba a aquella anciana sobre los hombros y él resbalaba, el agua los arrastraría fatalmente. Pero Quirón le había enseñado a ser generoso, así que contestó:

»—Mis hombros son anchos y tu cuerpo es ligero. ¡Sube a mis espaldas!

»Con la mujer a cuestas, Jasón hundió sus pies en el cauce cenagoso* del río y empezó a luchar contra la corriente. Pero la mujer se mostró quisquillosa y no paró de quejarse.

»—¡Me estás mojando la ropa! —decía—. »¿Es que pretendes ahogarme?

»Jasón tuvo que emplear todas sus fuerzas para alcanzar la otra orilla, pero al fin lo logró. Dejó a la anciana en el suelo y entonces notó que había perdido una de sus sandalias en el lecho del río. Se había cortado con el filo de una piedra, y de la planta del pie le manaba un hilillo de sangre.
»—Me he cortado —dijo Jasón.

»Entonces alzó la mirada, y lo que vio le dejó maravillado. La anciana a la que había llevado sobre sus hombros acababa de transformarse en una mujer alta y bellísima que vestía una deslumbrante túnica blanca. Lleno de asombro, Jasón preguntó:

»—¿Quién eres?
»Pero la respuesta saltaba a la vista: los ojos de la mujer resplandecían con una luz tan intensa que no había duda de que era una diosa.

»—No sufras por tu sandalia —dijo la mujer»—, pues no la has perdido en vano. Yo soy Hera, madre de todos los dioses, y te he pedido que me ayudases a cruzar el río para ponerte a prueba. Y como me has ayudado, de hoy en adelante te protegeré y te orientaré con mis consejos siempre que lo necesites. Ahora ve a Yolco y reclama lo que es tuyo.

»Jasón se arrodilló y bajó la cabeza en señal de gratitud y, cuando volvió a alzar los ojos, Hera ya había desaparecido. Todo había sido tan extraño que el muchacho se pasó un buen rato preguntándose si su conversación con la diosa habría sido algo más que un simple sueño». (“Jasón y los argonautas”, Ilustrado por JASON COCKCROFT, Versión Agustín Sánchez Aguilar, Susana Camps, Vicens Vives Editorial).

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