Cuando por ocasión de una visita familiar me encontraba en Loreto, una ciudad de Italia constantemente escuchaba la frase “No me gusta el papa Francisco”. No pude quedarme con la intriga de saber las razones por las cuales tantas personas, después de saludarme, repetían lo mismo. ¿Por qué todos dicen lo mismo? Pregunté, me contestaron; no soportan lo que pide el Papa para los inmigrantes y los pobres.

En su libro, Desde el lugar del pobre, el teólogo, filósofo y escritor ecologista brasileño Leonardo Boff, explica que a los obispos latinoamericanos que participaron en el Concilio Vaticano II, solía llamárseles “los obispos del silencio”, porque no llevaban una temática nueva de debate teológico al Concilio. Sin embargo, poco tiempo después América Latina aportó un tema de trascendencia cristiana que ejemplifica de manera fehaciente la misión del corazón del Señor; el tema del pobre y la presencia de Jesús en él. En el año 2013 fue llevado a la Sede de Pedro un latinoamericano que, sin miedo, puso sobre la mesa los temas que hace mucho necesitaban ser encarados, hacia dentro de la Iglesia y de frente al mundo actual.
Según el citado teólogo de la liberación, el papa Francisco no fue solo un nombre sino un proyecto de Iglesia y de Mundo. Como proyecto de Iglesia enseñó al autocuestionamiento y a la resolución de los problemas morales desde dentro de la institución. El papa siempre estuvo consciente que, de la crisis moral a lo interno del clero, enfrentada esta con decisión firme, saldría robustecida y purificada la Iglesia.

Jesucristo estuvo siempre cercano a los pobres y más necesitados y la entrega de su vida estuvo matizada por su opción preferencial por los sufridos. El primer papa latinoamericano, primer Jesuita y primer pontífice llamado Francisco, enseñó la Iglesia a ser más cercana al pueblo, a acoger a los niños, aun cuando estos, en su inocencia quieren ser “el papa”, sentarse en la silla del Sumo Pontífice, o salir a abrazarlo en medio de una procesión. Francisco fue un papa humano y sencillo, supo decir a la Iglesia; “los puestos no deshumanizan a las personas”. La modestia fue su sello pontifical y antes de ocupar la cátedra de Pedro, decía a su feligresía en Argentina: yo soy uno entre ustedes.

Un compañero sacerdote peruano me contó que, encontrándose en Roma, sentía el deseo de saludar al papa Francisco, pero no sabía cómo hacer para llegar a él. Hasta que, en medio del gentío en una celebración en el Vaticano, vio a su lado a una señora muy avanzada en edad y sola, en una silla de ruedas, le preguntó: ¡Señora! ¿Usted quiere saludar al papa? Claro que sí, contestó esperanzada la anciana, y colocándose detrás, comenzó a rodar la silla como si fuera su hijo que la cuidaba, buscó la manera de acercarse a un punto que el papa observara la intención de la mujer de saludarle, y funcionó. En tanto el papa le vio de lejos, hizo señas que se la trajeran y así ambos lograron su anhelado deseo de saludar el papa. Francisco volteó los parámetros tradicionales.

Fue un proyecto de Iglesia porque se dejaba guiar por el Espíritu Santo, constantemente decía no tengo un programa que me ordene, no existe un protocolo que sea más importante que las personas. Entender la vida del papa era entender el discernimiento cristiano de un jesuita. Su legado no está marcado por su escritura teológica sino por su vida.

Fue también un proyecto de mundo porque supo olfatear los problemas dorsales del tiempo actual, preocuparse por la justicia social, y cuando la xenofobia llegó a su culmen, acogió a inmigrantes y refugiados en el Vaticano; llamó a la paz mundial, especialmente en Oriente Medio. En un momento en que las sociedades se encaminan por culturizar el descarte y despreciar la vida humana, el papa optó por la defensa de la vida, aun cuando su postura molestara a los más grandes del planeta, quienes fueron alertados sobre el daño gradual ascendente que se causa a la creación en la búsqueda desmedida de un progreso que, si bien es necesario, se necesita un rediseño del mismo en virtud de la permanencia de la vida en la tierra por mucho tiempo, según el plan del creador.

El mundo está herido por las guerras y tanta sangre derramada y ante esta triste realidad su llamado fue a la fraternidad universal, donde no quedan fuera los sufridos y aquellos que se encuentran en las periferias. No solo se refería a las periferias geográficas sino a las periferias existenciales. Sin cambiar la doctrina dio apertura a las minorías, que se encuentran en dichas periferias. En definitiva, tuvimos un papa que, al igual que Jesús le importó mucho más el ser humano que un sistema, mucho más una persona que un protocolo o una tradición.

Por otra parte, el papa supo metamorfosear el modernismo con la doctrina cristiana de la Iglesia, sobre todo supo presentar el lado humano de un consagrado, que falla: se enfada, se emociona, se ríe, también llora, se enferma y se deja ayudar por otros a levantarse cuando aún podía usar su bastón para caminar. Al ser un proyecto de Iglesia, laceraba a muchos que a lo interno de la misma decían “no me piace papa Francisco”. Al ser un proyecto de mundo, no pocos repetían lo mismo. Esperemos siga dando muchos beneficios espirituales y eclesiales, porque cuando el grano de trigo cae en tierra y muere, da muchos frutos (Jn 12, 23-24).


Centro estudios caribeños. PUCMM.

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