Como no hay puente entre la República Dominicana y Cuba, no pude iniciar el viaje en bicicleta desde Santiago. A menudo pregunto a personas que cherchan en la orilla de la Carretera de la Cumbre, muy cerca de mi casa, cuando hago mis paseítos en bicicleta – ¿por favor, me pueden decir si por aquí se va a Puerto Plata? O, ¿cuántos kilómetros faltan para llegar a Puerto Plata? La gente se mira y se “estralla” de la risa. Al ratito me ven de nuevo de vuelta y me saludan. Tengo 67 años y sigo en mis años de secundaria. En mi mente.

No tenemos ni siquiera un ferry Montecristi-Guantánamo que sería lo lógico y práctico si los países tuvieran real soberanía. Por eso el viaje se inició ilógicamente yendo hacia el sur, a Panamá, para luego subir hacia el norte hasta La Habana.

Era un domingo de noviembre del 2019. Me instalé en una casa- albergue en Campanario con San José, al lado del Charli Po, restaurante chino que rinde homenaje a Tres Patines. Los albergues son mejores que los hoteles porque no necesitas leer las noticias, los chismes son gratis y abundante. “…aquí entre nosotros, esta Revolución va pa’ largo, caballero. Sobrevivimos hasta al vaquerito Bush”.

LUNES. Mi caminata me llevó por Simón Bolívar hasta la tienda de alquiler de bicicletas de Francisco, un gentil catalán, que está casi frente a la Quinta de los Molinos, donde vivió Máximo Gómez y donde hay un museo que no lo deja morir. La curiosidad me copaba y quería revivir mis recuerdos de La Habana del Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes (1978) y la de la V Bienal del Humor (1987) cuando René de la Nuez tuvo la amabilidad de invitarme como jurado. En esa ocasión nos paseaban en una Van y los cuentos de Manuel Hernández no me permitieron estudiar el palmo a palmo de la ciudad. Pero la bicicleta de Francisco sí: Casa de Martí, La Catedral, el malecón, Capitolio, la calle San Rafael, con ella de mano como una novia. Este paseo renovado y peatonal impide patines, motores, triciclos y bicicletas. Sitio ideal para beberse una “Coca-Cola” made in Cuba con sabor a jarabe para la tos, pan a la libre, caballero, decoración Retro de los 50 como cooperación de España que tiene inversiones turísticas; la calle Galiano constelada de bombillos, muchos de ellos quemados para ampliar el universo y recordar el Oso Mayor; y la gentileza de todo el mundo a quien no se le puede preguntar sobre algún espacio si no estás dispuesto a recibir una cátedra de Historia de varias horas, como los discursos de Fidel en la Plaza. En el Parque Central, que es el corazón de La Habana, existe la máquina del tiempo que te lleva a los años batistianos, la Mafia de Chicago con sus casinos, el esplendor del Tropicana. Son los almendrones, viejos vehículos americanos recauchados, que le dan un toque de identidad mayor que las vallas desteñidas llamando a defender la Revolución, a seguir defendiendo la Patria del bloqueo, a luchar por el regreso de los 5, las frases eternas del Che…

MARTES. El desayuno del albergue es una K de una ecuación sin variables: huevos revueltos, pan fresco, café de café, jugo de guayaba de guayaba de verdad, piña y fruta bomba. La estufa encendida, aunque se termine el cocinao y como si no hubiera fósforo para reencenderla, me causa un malestar. No es falta de fósforo, descubro, es falta de conciencia porque el gas es gratis para los ciudadanos, aunque al Gobierno le cueste una fortuna, ¿el gas de Putin? La bicicleta me lleva por Zanja hasta Infanta y al Malecón. Vuelvo hasta el Habana Libre y descanso viendo el cine Yara. Viajo a la Ciénega de Zapata con Salvador Wood y su hijo Patricio como El Brigadista, Reynaldo Miravalles me enseña las 12 sillas y me presenta a Hipólito Garrigó alias Enrique Santiesteban, La Muerte de un Burócrata, La Carga al Machete, Raquel Revuelta me dice “yo soy Lucía”. Sigo por 23, paso los helados Coppelia y su cola, siempre hay cola que me quita el deseo; sigo y doblo a la izquierda para llegar a la Universidad. Descanso en el parquecito frente a la imponente Facultad de Derecho. Sigo hasta el frontal donde están las escalinatas y la escultura del Alma Mater. Converso con el encargado de seguridad, un señor de unos 70 años, la amabilidad hecha de barro antes del Génesis. Duramos más de una hora hablando de Máximo Gómez y de Angola. Sus conocimientos de Historia supera la de muchos “intelectuales” de mi país. Me habló del escultor del Che Enrique Ávila y juntos escudriñamos el Alma Mater, le levantamos la falda, un pie y nada, no aparecía el nombre del autor. Por fin, en un rinconcito muy discreto decía Josef Mario Korbel. Pasé a la Facultad de Arte y hasta la Plaza de la Revolución. En la Biblioteca José Martí, vigilada por el Che y Camilo ambas obras de Enrique Ávila inspiradas en fotos de Alberto Korda. Guardé la Rocinante de dos ruedas y me uní al hormiguero peatonal de Obispo, sus librerías y fui a parar a Mercaderes. En un parquecito un compañero me regaló un cigarro. Mientras lo disfrutaba apareció una señora con comida e inmediatamente salió una docena de gatos. Tenían su rendez-vous puntual con ella. Pensé en mi mamá que tenía varias citas al día con gatos ajenos y perros vecinos.

En la Calle Cuba me llamó la atención un letrero: SOLAS. Pensé mecánicamente que era un café para estar a solas. Error. Es el café de los artistas. Luis Carlos, o Carlos pelao, joven, alto, pelo blanco, corpulento sin ser musculoso, sonrisa de niño que acaba de ver a Bonanza, es el dueño. Comí a mis anchas “ropa vieja” (carne de res suelta y guisada con algunos vegetales) y moro de frijoles negros. Carlos es sobrino del cineasta Humberto Solás lo que me resolvió el misterio. Mi soledad terminó cuando apareció Stella, fría y embriagadora. Con tres pude salir flotando. A la salida un poeta conversador y apacible me regaló un libro de Lam. Seguí ruta de regreso y a pesar de flotar mi tenis derecho colapsó. Fue una buena señal, el izquierdo se mantuvo firme. Recurrí a mi ingenio natural de dominicano y con varios chicles, masticados al vapor en una placita y con la sonrisa cómplice de Sancho Panza al lado, logré repararlo para llegar cómodamente a la casa.

MIÉRCOLES. Retomé mi caminata y sentí que los chicles dejaron de funcionar. Me detuve en la zapatería “la Batalla” en Galiano casi San Rafael y fui recibido con la mayor cortesía y amabilidad. El dependiente quedó ofuscado entre mi apariencia de turista y mi acento cubano. Cuando le dije que era dominicano me habló del agradecimiento con Máximo Gómez y no me quería cobrar. Me reforzó el izquierdo de ñapa, por si acaso, y con una costura que ya nadie usa. Insistí en el pago y aceptó 5 CUC (1CUC=24 pesos cubanos). Con tenis nuevos me dirigí al café Solás para un rendez-vous con René González el héroe que duró doce años en prisión cuando el FBI lo descubrió junto a los otros que se infiltraron en las organizaciones terroristas de Miami para conseguir información sobre los planes de sabotajes al turismo cubano. Supe, por la entrevista que le hizo, en el mismo rendez-vous, una periodista palestina, que se rodaba una película, La Red Avispa, con Penélope Cruz y Gael García Bernal sobre las peripecias en el mundo mafioso cubano. Yo oía y volvía a flotar. René hizo creer que se fugaba del “régimen tiránico de Fidel”. Voló en un viejo Antonov AN-2 en 1990. Fue recibido por los terroristas cercanos a Mas Canosa y Posada Carriles. Este último había puesto una bomba en 1986 a un avión de Cubana con un equipo completo de esgrima. Por esta infiltración Cuba evitó muchos ataques y logró atrapar fácilmente al salvadoreño Raúl Cruz León quien causó la muerte a un turista italiano en el Hotel Copacabana. La película de Netflix trata el tema y por presión de Miami, la quitaron juyendo. René pasó 12 años en prisión, Gerardo 14 y hoy están de vuelta en cuba por la insistencia de Fidel y la lucha del pueblo cubano. Posada Carriles fue recompensado por su “valeroso” crimen con la libertad y el respeto de la gusanería de Miami y la protección de la CIA. Hoy pasea a sus anchas en El Infierno.

Después de esta reunión en Solás, René tuvo la gentileza de llevarnos a la galería de Kamyl Bulluady, un pintor cubano que ha realizado más de dos mil pinturas de Martí, entre otras obras. René es el Vicepresidente de la Asociación Cultural José Martí que lleva exposiciones itinerantes por todos los rincones en Cuba y Gerardo Hernández, que también es caricaturista, es el vicecoordinador nacional de los CDR y diputado de la Asamblea Nacional del Poder Popular.

JUEVES. A la bicicleta se le antojó llevarme a la Casa de José Martí por las cercanías de la estación de los trenes y luego al Centro de la Cultura que es un enorme almacén de la aduana antigua remodelado para artesanos y artistas a orillas del mar. Por el malecón tomé Galiano y regresé a la casa. En la tardecita caminé de nuevo hasta Solás. Necesitaba flotar de nuevo, especialidad de Stella después de tres o cuatro besos largos.

VIERNES. El Sol estaba que ardía, pero el malecón refresca con la brisa y el rocío de las olas. Tomé Línea y la Avenida de los Presidentes para llegar a Casa de las Américas que estaba en reparación, aunque con la librería abierta. La carga de regreso con libros a 5 pesos me obligó a buscar atajo y llegar a la casa. Volví a pie a la galería de Kamyl. En un café en plena calle tomé uno que me pagó la vecina de mesa. La moza, confundiéndome con un cubano me dijo: “oye chico, estás acabando”. Eso es Cuba, humor, confianza, risa.

Supe de un concierto de Silvio en Sitios, en la calle Lealtad, y allí caí gracias a un taxi que estaba más perdido que yo. En plena calle de este barrio y como parte de las celebraciones del 500 aniversario de la ciudad el trovador soltó su repertorio poético. Yo pensé entre mí “qué dictadura más extraña esta, con el pueblo entero aplaudiendo a su “bufón favorito”. Pensé en Juan Luis y el concierto en Montecristi y me dio mucha pena por sus alabanzas a Guaidó en la frontera con Colombia. Apareció la Sonora Matancera que parecía dar testimonio en vida de los 500 años, pero no, ellos cumplían solamente 100. Con aire matusalénico y sonérico pusieron a bailar al barrio entero. Regresé guiado por mis tenis recauchados en La Batalla. Calles oscuras y desiertas a las tres de la madrugada. Solo un gato me interrumpió. Gritaba mao, mao, mao, y amarramao. Probablemente respondiendo al llamado de alguna gata maoísta escondida en los bambúes de Zanja.

SÁBADO. De regreso a donde Francisco. Me despedí de su ínsula y mi Rocinanta. De vuelta me ocupé de un gran placer imposible de perder(“esta vida parrandera me mata. Me mata, me mata, me acaaaba”): El Museo Nacional, al lado del Parque Central. Los tenis, sin Stella, flotaron y me llevaron hasta la más preciosa colección de arte de América latina. Descubrí la colección de Sorolla y la de Lam en el Museo Moderno a pocos pasos y frente al Memorial Granma.

Con desagrado y disgusto vi el anuncio en el Museo Nacional de la exposición de Gabriel Orozco, un impostor que se hace llamar artista. Quizás, pensé, son viejas deudas con México que datan de la época del Granma.

DOMINGO. Regreso en la madrugada al Aeropuerto José Martí en un paseo que es siempre igual. “Las bicicletas también vuelas”, que podría ser el título de otra película, pero sin espías. Lo interesante de esta visita, es que me evito que “me cuenten el cuento a su manera” para hacérmelo ver de otro modo… y más ahora con los Fake News, como norma, que deslumbran el porvenir.

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