La conferencista mexicoamericana narró su experiencia después de tres abortos versus la defensa de la vida

Pasados 21 años, la conferencista mexicoamericana Patricia Sandoval recrea episodios de su juventud difíciles de narrar pero que responden a la realidad del aborto y sus consecuencias.

Fue por una amiga, Mercy de Avilés, que me inscribí en una conferencia para escuchar datos acerca de la defensa de la vida. La invitación la hacía la Comisión de Vida y Familia y la Vicaría de Familia y Vida de la Arquidiócesis de Santo Domingo.

Me encontraba sentada en el auditorio principal de la Universidad Católica de Santo Domingo, junto a personas que estaban interesadas en conocer el tema, pero cuando se abrió el telón, de alguna manera, los presentes en el recinto nos íbamos “freezando” con el testimonio de la conferencista.

A los 19 años, Patricia quedó embarazada, para ella fue algo inesperado y una situación que contrastaba con sus buenas calificaciones, sus deseos de viajar por el mundo. Le pasaron muchas ideas por su cabeza “desafortunadamente por ignorancia, falta de formación”.

Testimonia que de joven en su casa nunca aprendió la verdad sobre la vida, la maternidad y su belleza; porque recibió una educación sexual falsa y desproporcionada cuando tenía 12 años, en 1992.

“La industria proaborto me robó de la inocencia, me mintieron de jovencita, yo de verdad creía en eso que nos dijeron en clases. Yo no sabía lo que era la dignidad humana, nos enseñaron a proteger las partes genitales, pero no se habló de la persona ni de los riesgos cuando tienes relaciones sexuales antes del matrimonio”. “Cuando salió mi prueba positiva pensé que el embarazo iba a terminar con mi vida, mis sueños, mis metas. Ese es un mensaje que se da en la sociedad, que la mujer que es ama de casa o que tiene familia no es exitosa, porque hoy en día vemos en redes sociales la mujer que viaja, que tiene sus negocios, que está fuera del hogar, de la oficina y pensamos que ese es el éxito”.

Y en medio de los 19 a los 21 años, Patricia ya había tenido tres abortos. Cada vez que pasaba por ese evento le informaban que solo sentiría cólicos, pero no le hablaron del síndrome posaborto que conlleva depresiones, ansiedades, arranques de ira, desórdenes mentales y emocionales; pesadillas y hasta pensamientos de quitarse la vida.

Seguidamente dice: “La industria del aborto es un mercado de sangre porque cada clínica necesita tener mensualmente una cierta cantidad de abortos; entonces los supuestos educadores sexuales se meten dentro de las escuelas, promocionan el sexo seguro que saben que falla y esas jovencitas salen embarazadas”.

En la segunda parte de la conferencia, Sandoval describe su experiencia trabajando en clínicas abortistas en Estados Unidos. Cuenta que el primer aborto que vio fue muy violento, una escena muy triste donde la joven lloraba (se notaba arrepentida); mientras que el abortista sacaba la cánula o un “fierro delgadito”, que es una navaja, haciendo el aborto a ciegas porque no podía ver dentro del vientre y no sabía si perforaba o no algo.

El trabajo de Patricia como enfermera ayudante, muy bien remunerado, era asegurar que el aborto fuera “exitoso”. Le entregaron una bolsa de la máquina aspiradora con todos los contenidos que habían caído, ella tuvo que agarrarla y llevarla a un cuarto aparte. Describe que al frente de ella había un plato de cristal enorme y allí había que poner el contenido de la bolsa que “fue cuando me encontré con un bebé totalmente despedazado”.

La compañera le dijo que necesitaba buscar 5 partes del bebé para luego avisar al abortista que todo había “salido bien”; “fue duro encontrar esas 5 partes. Tenía sus ojitos, su nariz, las orejas y la boca abierta como en señal de angustia (era de tres meses). Yo al ver el bracito y las huellas de sus deditos gritaba dentro de mí”. “Como si fuera un rompecabezas ella arma un ser humano que luego se tira a la basura. Las mujeres se desmayaban, se desangraban, se arrastraban por los pisos. Se ignoran las lágrimas. Aquí se oculta la verdad, no importa la familia, ni la mujer”, argumentó.

Después de vivir lo ocurrido detrás de una clínica de aborto, Patricia se derrumbó, vivió en las calles durante 3 años, se mantuvo alejada de su familia y se volvió adicta a drogas ilegales.

“Fueron las oraciones de mi mamá que me salvaron. Regresé a la fe, me sané. Ahora para honrar la dignidad de mis hijos a los que no les di la oportunidad de vivir, tengo que reparar los daños y brindar esperanza. Yo quiero defender la vida”.

De ser promujer y proaborto ahora es provida; y aunque no puede cambiar los hechos que sucedieron en su juventud, está dispuesta a hablar de la dignidad humana y motivar a las mujeres a que luchen por la vida.

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