La idea de lo blanco y lo negro como arma de separación de los grupos humanos también aparece en la participación política de la mujer. Cuando las mujeres conquistan el derecho al voto, las blancas adquirieron ese derecho primero que las negras. Ese fenómeno es producto del siglo XX, haciendo del ejercicio excluyente una práctica universal.

En los diseños de acción de las diferentes corrientes políticas, siempre ha mediado una visión machista, excluyente y patriarcal, sin un atisbo de tomar en cuenta a la mujer. La vieja masculinidad está presente hoy, tanto, que las narrativas del presente parecen extraídas de un capítulo de una creación de la época de transición de la Edad Media a la Moderna. Todavía está pendiente romper los estereotipos que dieron primacía a la antigua masculinidad, con el varón como centro, con el agravante de que las expresiones y narraciones aposentan sentimientos misóginos.

El trabajo político de la mujer ha sido el instrumento para superar la discriminación, los complejos de inferioridad construidos, la tara de menores ingresos por trabajos hechos, que pueden ser escritos como episodio pasado. Una ministra tiene los mismos ingresos que un ministro; una diputada los mismos que un diputado y, así, en todos los cargos obtenidos en todos los cargos obtenidos para una experiencia de Estado resultado de una acción política.

Las proporcionalidades entre padrón de mujeres y cargos obtenidos en las elecciones son inversamente proporcionales; mayor padrón de mujeres y menor cantidad de puestos obtenidos por ellas. Usando estas cifras, se evidencia que urge diseñar políticas públicas que prevean la recurrencia a la discriminación y a comportamientos culturales que justifican y perpetúan etiquetas y estereotipos de inequidad.

Hay quienes suponen que las cuotas se vindica la función de la mujer en la política, pero sigue siendo un sesgo. Los porcientos son también expresión de exclusión para una población que es mayoritaria, a las cuales nunca le han dado cantidades que llegan al cincuenta por ciento. Ahí está el indicativo, el sesgo sigue siendo el mismo.

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