Finalizando bachillerato, 17 años. En busca de orientación vocacional acudí a un psicólogo que daba servicio a adolescentes en un hospital capitaleño. Los resultados de las pruebas me revelaron como intelectualmente disminuida, algo sorprendente. El especialista vinculó mi bajo desempeño al agudo padecimiento de ansiedad que ya me había diagnosticado. Pronunció unas palabras premonitorias: “Si no la superas, la ansiedad hará estragos en tu vida”. Absolutamente, y fue casi 30 años después, liberada del padecimiento, cuando pude aquilatar a consciencia el daño flagelador de esa enfermedad. Cuento mi historia en el contexto del llamado de la OMS hoy, día de la salud mental, dedicado a niños, adolescentes y jóvenes, a enfatizar en su salud mental; depresión y ansiedad se incrementan alarmantemente entre ellos.

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