Los políticos suelen caer mucho mejor que los economistas, porque endulzan los oídos de la gente. Los economistas la llevan a una realidad que no suele gustar

En su manual de Economia Básica, Thomas Sowell nos recuerda que la economía ha recibido el nombre de “ciencia funesta”, porque arroja agua fría sobre nociones “atractivas y emocionantes” (pero erróneas), de cómo debería estar organizado el mundo. Se convierte en una especie de molestia que se interpone en el camino de la gente que a todo le pone una connotación emocional, y se le tilda de “ciencia moralmente retorcida, que solo se ocupa del dinero”.

Pero la economía no le dice a la gente que el dinero es lo más importante, ni qué uso debe darle al dinero.

La economía simplemente constata (y nos lo recuerda permanentemente) que vivimos en un mundo donde los recursos son escasos, donde para tener algo hay que sacrificar otra cosa, donde absolutamente nada es gratis, y donde sin sustento económico ni comemos, ni vivimos. Y esto es así y ha sido así a lo largo de miles de años de historia.

La economía confronta y desmiente narrativas que la mayoría adopta como válidas (y elevadas), como las siguientes:

“La riqueza no es lo más importante. Son los valores no económicos los que importan”. Pero la gente que suele expresarse así, o desprecia a los ricos (porque no logra serlo), o es muy rica y cree que expresarse así la hace quedar bien. Sería bueno preguntarle a un pobre si no preferiría tener mucho más. Además, solo desde la riqueza se puede ayudar a otros a salir de la pobreza. ¿Esto no vale?

“Las decisiones tomadas a través del mercado son inmorales porque las domina la codicia”. Pero los mercados son tan morales o inmorales como la gente que los integra, que no es para nada distinta a la que integra otras instituciones, como las gubernamentales o religiosas. Y desde el mercado, la única forma de hacerse rico y satisfacer esa “codicia” es complacer a la mayoría de los consumidores al ofrecerles lo que les gusta y necesitan a mejor precio y mejor calidad. Entonces… “bendita codicia”. Mala es la que se satisface desde el Gobierno, que no hace más que enriquecer a un grupo en detrimento de todos los demás.

“El agua es un producto demasiado importante como para dejarla en el sector privado”, como si no fuera el sector privado el que suple de alimento a millones de personas en el mundo cada día. Como si no existieran sistemas de agua privados, que funcionan muy bien en algunos países.

“El Estado debe garantizar que la gente se retire dignamente. Como no se puede confiar en que se organice y ahorre para su vejez, es mejor quitarle una parte de su salario todos los meses, y se le devuelve algo cuando sea viejo”. ¿Pero esto es bueno para quién? ¿Para el individuo que produce su dinero, pero no puede disponer de él porque es obligado a que lo entregue al Gobierno? ¿O para los funcionarios que manejarán ese dinero (que no sudaron) y habrá que acudir a mendigarles para que lo devuelvan?

“La educación y la salud deben ser gratuitas para la población vulnerable. De paso, hay que darles su ‘cariñito’ de vez en cuando”. Pero lo gratis no existe. Y como el Estado no produce un solo centavo, se lo tiene que quitar al que trabaja, para que sus aventuras altruistas (barriles sin fondo por demás) se “medio materialicen”. ¿Es justo entonces que los que luchan cada día para buscar su sustento y construir un patrimonio tengan que pagar impuestos cada vez más altos? ¿Este grupo de seres humanos no cuenta?

Decía John Corry: “Moralizar siempre es más fácil que enfrentarse a la realidad”. La economía hace lo difícil.

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