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Sir John Maynard Keynes fue un influyente economista del siglo XX. Profesor en la Universidad de Cambridge, editor del Economic Journal y alto funcionario de la Administración británica, también se desempeñó como negociador internacional.

Su principal aporte fue considerar que el sistema capitalista no conduce al pleno empleo y que por este defecto intrínseco, el gobierno debe intervenir y estimular la economía.

En épocas de crisis y desempleo, Keynes abogaba por políticas económicas activas: imprimir dinero y reducir los intereses (para que la gente coja prestado y consuma más) y aumentar el gasto público en obras, en creación de empleos artificiales (con tal de que la gente gane un salario y sienta que está trabajando de verdad), y en subsidios asistenciales.

Por todo esto es reconocido como el economista del “Estado benefactor”, que supuestamente le devolvió un rostro humano al capitalismo.

Para financiar ese gasto “humano”, el gobierno se endeudaría. Keynes entendía que esto no era un problema porque esas deudas se pagarían por sí solas con el crecimiento económico derivado de un mayor gasto.

Sin embargo, cuando nos vamos a la realidad de los hechos, encontramos un escenario muy distinto: el dinero que se imprime (como si de una varita mágica se tratara) termina comprando menos, y para cubrir la deuda que financió el gasto público, no queda más remedio que subir los impuestos y empobrecer a los ciudadanos.

Aceptar las propuestas de Keynes es, en esencia, ingenuo e irresponsable porque fomenta el despilfarro. Según su perspectiva, cualquier pretexto vale con tal de gastar: picar carreteras, y volverlas a tapar, pagarles conciertos a cantantes que no gustan, organizar seminarios sin sustancia, celebrar fiestas y eventos culturales…¡hasta ir a la guerra es justificable! Vaya dislate.

El keynesianismo ofrece soluciones inmediatas, pero al final pasa una factura, con duras penalidades. Y el remedio termina siendo peor que la enfermedad.

En República Dominicana lo estamos viviendo, con mucho dolor.

La base de la prosperidad sólida de un país (y la de una familia) es el ahorro, y no el gasto. Cuando se gasta más de lo que tienes, aseguras pan para hoy pero mayor hambre para mañana.

Esto la gente lo entiende cuando se le explica a nivel individual, pero no acaba de verlo claro cuando se trata de la economía de un país, porque los economistas han disfrazado esta simple realidad con términos rimbombantes y complicados.

A prácticamente todos los políticos de todos los partidos, esta preferencia por un Estado intervencionista les viene como anillo al dedo, porque les otorga mucho más poder que las políticas que confían en que el mercado se regule a sí mismo.

Y es precisamente a través de un Estado grande y gastador, que a los gobernantes de turno les resulta mucho más fácil enriquecerse.

Ante las nefastas consecuencias económicas de las políticas keynesianas en los tantos países donde se han implementado (hiperinflación, quiebras masivas, desempleo, aumento de asistidos improductivos, enriquecimiento ilícito, empobrecimiento…), algunos han dicho que John Maynard Keynes de economía no sabía nada. Y lo han llamado “personaje siniestro”.

Razón no les falta.

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