La mentalidad progresista que predomina en el mundo moderno está íntimamente asociada al victimismo: ese “nunca ser responsable de nada”, porque todo es culpa de otro, y ese “sentirse permanentemente ofendido”.
Si eres pobre, es porque los ricos te han explotado, y todo un sistema los beneficia en tu contra.

Si el planeta donde vives tiene desgaste ecológico, es porque esos mismos ricos lo han contaminado con sus industrias y alentado un consumismo excesivo.

Si eres mujer y no ocupas un puesto importante, la culpa es de un mercado laboral que favorece a los malvados hombres (esos a los que se les tiene prohibido ya hasta echar un piropo). Jamás se te ocurre pensar que a lo mejor no calificas y deberías preparte mejor (porque otras de tu mismo género sí lo han logrado, funcionando en ese mismo mercado).

Y si eres negro y marginado, la culpa es del racismo. ¿Pero de qué color son Morgan Freeman, Thomas Sowell, Will Smith y otros tantos exitosos?

Esta manera tonta (y cómoda) de pensar ha moldeado el discurso “permitido”. Con tanta fuerza que ya nadie puede decir lo que realmente piensa.

Entonces o te callas, o te ves obligado a decir cosas como estas:
“Qué bella esa mujer” (aunque no puedas creer que semejante esperpento salga en la portada de Vogue).

“Trump incentiva la guerra” (aunque los demócratas respalden a los anarquistas de la extrema izquierda).

“Las mujeres son unas santas incapaces de acosar o intrigar”
(como no…)

“Woody Allen no sirve como artista porque se casó con su hija adoptiva” (que dicho sea de paso ahí sigue con él sin que nadie la obligue), como si una cosa tuviera que ver con la otra.

“Todos los ricos son malvados” (como si no hubiesen hecho nada de provecho para serlo).

“Todos los negros son unos angelitos” (sabiendo de sobra que ni los mismos negros lo creen así).

“Los baños deben ser todos unisex, para no ofender la sensibilidad de los que no saben lo que son”.

Si no te expresas en estos términos, te exterminan por insensible.

En fin, la estupidez buenista, dominando el escenario. Y aplaudiendo al nuevo héroe de este mundo: el que va de víctima.

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