Señor director. Recientemente leí en un libro la siguiente expresión:
“Oímos, lo que queremos oír…” la cual surgió dentro de una anécdota que se contaba en dicho libro sobre lo distraídos que vamos por la vida, solo pensando en lo económico y poniendo oídos al sonido del dinero.

Estos días de cárcel domiciliaria, a la que estamos sometidos una gran parte de la población mundial, nos han hecho ver que lo que nos molestaba a diario, era una compañía agradable, que nuestra insufrible agitación y estrés cotidiano, hoy no tiene ningún sentido ni protagonismo, que de casi todo eso podemos prescindir…

Ahora la soledad, el silencio, las ganas de hablar de cerca con las personas, de abrazarlas…, son nuestra compañía, y los deseos de salir a disfrutar de la vida y la naturaleza, son nuestro mayor anhelo. Algunos tenemos el privilegio de estar juntos, pero otros están muy distanciados, nos están vetadas todas las cosas que desdeñamos y ahora valoramos y anhelamos como locos.

Ni siquiera podemos afirmar en qué momento la vida se volvió metálica, superflua e insulsa, y poco apasionante y gratificante. Se masificaron, globalizaron y mecanizaron las emociones, los sentimientos se volvieron insípidos, fingidos; desapareció la magia y el encanto. La hiperactividad cercenó la sensibilidad, el ser humano se volvió tosco y agrio, el romance pasó de moda, se convirtió en lujuria, manipulación y miedo, los intereses materiales tomaron el control y el lugar del amor.

Pero a pesar de eso, la música de la vida, la naturaleza la sigue tocando, aunque no le prestemos atención ni la escuchemos, nunca dejará de sonar. Si nos retiráramos a un lugar apartado en comunión con la naturaleza, lejos de la cuidad o del bullicio mental, notaríamos ese concierto hermoso que diariamente nos regala junto a ese maravilloso panorama visual. ¡Cuánto daríamos por hacerlo ahora!

En algún momento no fuimos capaces de conformarnos con toda esa belleza, no solo que no nos conformamos, sino que además quisimos callarla y anularla, ya no era por necesidad de cobijo, era por mero ego y ambición, no nos saciábamos, pedíamos más y más, pues en nuestro interior seguíamos insatisfechos, ya que nunca pudimos crear o imitar esa bella música, lo que muy en el fondo sigue atormentándonos.

Pues aquí lo tenemos, ese más que tanto propiciamos, nos ha llevado a menos de la cuarta parte de lo que se nos regalaba, nos ha esclavizado, y ahora tenemos que atenernos al encierro y quién sabe a qué más… Estamos en sus manos.

Tratemos de oír y escuchar, de vivir el momento por completo, no escuchemos solo el ruido del dinero, sino lo que en verdad nos provoca gozo en el alma y nos llena de plenitud, no de esclavitud.
Dejemos salir ese canto que llevamos dentro, aprisionado con mascarilla y mordaza desde hace tiempo, que suene en nuestro interior con libertad y claridad y que resuene por todos los confines de la Tierra y las almas, escuchemos esa voz y canto interior, y con él, todo lo que nos cuenta el hermoso mundo exterior.
Idalia Harolina Payano Tolentino
Colaboradora

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