Nunca he tomado un café con Faride Raful, pero la siento más cercana que a muchos con los que sí he compartido la mesa. La he visto enfrentarse a una selva que huele a humedad vieja, con la frente en alto y la paciencia de quien sabe que no nació para aplaudir lo que está mal. Es hija de Tony, poeta de barricadas y discursos bien dichos. Lleva en la sangre la tinta de la poesía y la rabia de quienes no aceptan que la política es solo para los de siempre.

Pero aquí estamos, viendo cómo la muerden los perros del escándalo, los que disparan sin leer y escriben sin pensar. No atacan a Faride, atacan el espejo que les devuelve la imagen de su mediocridad. Les molesta que no les tenga miedo, que no negocie principios, que no se preste al juego de “o conmigo o contra mí”. Les duele que una mujer no solo piense, sino que también responda, vote, lidere, proponga, cuestione y dirija el ministerio de interior y policía.

Aquí todo es personal cuando se trata de una mujer. El poder masculino se tolera, se celebra; el poder femenino se disecciona, se sospecha. Un hombre firme es líder; una mujer firme es problemática. Que si su tono, que si su cara, que si quién la cree. Faride molesta porque no encaja, porque no negocia su voz, porque no pide permiso para pensar.

La quieren ver cayéndose, y ella sigue de pie. Como si supiera que en este país uno no sobrevive con la piel delgada. Tiene que dolerle todo y, aun así, seguir sonriendo en la próxima entrevista. Tiene que ver cómo le inventan la vida mientras ella intenta mejorar la vida de todos. Tiene que explicarle a su hijo por qué mamá aparece en titulares sin sentido.

No se trata de santificarla. Faride no necesita un altar, necesita respeto. Que la critiquen, claro, como a cualquiera en lo público. Pero con argumentos, con hechos, sin veneno ni teatro. Que no se confunda la libertad de expresión con la libertad de difamación, que no se nos olvide que hasta el odio necesita límites si queremos un país donde la verdad no se disuelva entre memes y titulares escandalosos.

Este país está agotado. Faride también debe estarlo. Pero ahí sigue. Y mientras siga, mientras alguien decida enfrentarse a la mugre con decencia, este país todavía tiene un chance. Aunque sea uno pequeño. Aunque nos lo quieran quitar a gritos.

Porque al final, hay algo que les arde más que todo: que una mujer joven, decente y con ideas no les tenga miedo. Y que, contra todo pronóstico, todavía quiera quedarse aportándole a su país.

Posted in DE UNA SENTADA, Opiniones

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