Ahí estaba Luis Abinader, en la silla del medio, con gesto de estadista rodeado de expresidentes, como si la historia aún necesitara su bendición. La imagen del miércoles parecía sacada de una novela gótica: un presidente entre sombras, figuras que ya no mandan, pero aún quieren ser escuchadas, como si el país les debiera un aplauso de despedida que nunca se ganaron con el tema fronterizo. La reunión era para hablar del “tema haitiano”, pero aquello tenía más de sesión espiritista que de cumbre política. En esa foto, el futuro cabe en un cuarto sin ventanas, de techos bajos y promesas tan grandes que ni siquiera entran.
Ninguno de los expresidentes presentes hizo, en su momento, lo que ahora se exige: una postura firme frente al caos haitiano. Gobernaron con la misma amenaza en la puerta y eligieron mirar hacia otro lado. Prefirieron la diplomacia blanda, el descontrol en la entrega de visas, la dejadez. Y ahora, ya jubilados, se presentan como oráculos. Quieren ser parte de la solución de un problema que nunca se atrevieron a tocar cuando tenían el poder. Y ahí está Abinader, rodeado de ellos, como si aún pudieran enseñarle algo. Si les presta demasiada atención, puede acabar siendo él, el siguiente fantasma que los jóvenes de su partido quieren enterrar.
El tema haitiano ya no es una crisis, es un símbolo. Es el espejo roto donde se refleja todo lo que el Estado no ha sabido hacer. Será el centro de la campaña en 2028, y quien sea capaz de proponer algo nuevo, algo serio y posible, tendrá medio camino hecho. La línea entre líder y populista es fina, y se cruza fácil cuando la gente está cansada y el Gobierno sigue mirando hacia otro lado.
No nos engañemos: la responsabilidad es dominicana. La solución no saldrá de fotos bien editadas ni de consejos de quienes ya fracasaron. Construir discursos con fantasmas es repetir errores, solo que con mejor luz. Si Abinader quiere dejar huella, tiene que levantarse de esa silla, sacudirse el polvo de la indecisión y decir: esta es mi frontera, esta es mi decisión, y este es el país que quiero dejar.
Levante la bandera, presidente. No como símbolo, sino como acto. No como eslogan, sino como principio de algo real. Duarte, allá donde esté, no aguanta más excusas.