Da mucha pena ver cómo los sindicatos y asociaciones de empleados, en su mayoría, se han ido desinflando con el paso de los años hasta convertirse en organizaciones que las sociedades terminan repudiando.

Estas entidades creadas para defender los derechos de los trabajadores, ya sea obreros o profesionales, tuvieron su época de esplendor y diríamos que, hasta de respeto, sin embargo, con el tiempo, han perdido credibilidad por la forma y los métodos que emplean en sus luchas por conseguir mejores condiciones laborales y económicas para sus miembros.

En muchos países el movimiento sindical está de capa caída, y nuestro país no es la excepción, diría que la mayoría han perdido la esencia en el sentido de organizar a sus interesados. Empezaron a emerger en los inicios del siglo XX con el objetivo de defender los intereses comunes de los trabajadores frente a sus empleadores.

Nuestra Constitución, en su artículo 62, los reconoce y asegura el derecho a la libertad sindical, a la negociación colectiva y a la huelga, no así a las paralizaciones de los servicios, daños deliberados a infraestructuras y mobiliarios y otros.

Con el pasar del tiempo, hemos sido testigos de muchas huelgas que terminan en desordenes mayúsculos afectando el buen vivir y, sobre todo, los servicios por los que paga cada dominicano con sus impuestos.

El más reciente incidente ocurrió en el Metro de Santo Domingo, donde un grupo de empleados paralizó las labores en reclamo de mejores condiciones salariales, y afectó a cientos de miles de usuarios.

Pero también “su lucha” se centra en querer agruparse en un sindicato que defienda a capa y espada sus reclamos frente al Gobierno y paralizar el servicio cuando estos grupos lo consideren necesario.

Pienso que los empleados o colaboradores del importante medio de transporte deben sopesar esta inventiva, porque querer agruparse en un sindicato no es la mejor opción para lo que supuestamente andan buscando, que es lograr mejores condiciones laborales.

Con los sindicatos de choferes que tenemos, que son muchos; los gremios de médicos y profesores nos basta y sobra, pues de cualquier “quítame esta paja” arman un zaperoco o una huelga que pone en juego la educación y la salud, no solo de los más vulnerables, sino de toda la gente.

Además, la intromisión de los partidos políticos en estos grupos pone en tela de juicio su credibilidad ante la sociedad.

Para muchos ciudadanos, el asunto es llevar siempre la contraria a los gobiernos y mantenerse en la palestra pública para “negociar”, y quienes terminan pagando los platos rotos son los usuarios de estos servicios y la sociedad en su conjunto.

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