En la vida hay muchas personas que se destacan por hacer el mejor uso posible de sus talentos, con los que conquistan éxitos personales, pero no muchas se dedican a hacer que otras personas sean capaces de hacerlo con los suyos, y mucho menos si se trata de colegas y naturales competidores, lo que eleva el posicionamiento de toda una clase profesional; y esa es precisamente la magnífica obra realizada por Daisy Castillo de Rondón, madre del estilismo en nuestro país, que no se conformó con sus muchas glorias y reconocimientos nacionales e internacionales, sino que se empeñó en transformar lo que para muchos era un simple oficio, creó una red de mujeres profesionales y empresarias.

Resulta difícil describir las múltiples cualidades que exhibía, pero su capacidad de trabajo, su pragmatismo, su humildad, sinceridad, creatividad y su alto sentido de solidaridad son reconocidos por todos los que tuvieron el privilegio de conocerla, y de alguna manera fueron impactados por ella. Sus lecciones de vida fueron mucho más allá de las teorías y técnicas, no solo las que trajo a su regreso al país desde Nueva York a finales de los sesenta, sino las que adquirió en su permanente afán por mantenerse al día con las tendencias internacionales, pues fue una maestra de la vida que se dedicó a enseñar a sus colaboradoras la importancia de comportarse adecuadamente, y con esa conciencia innata que tenía del servicio al cliente, inculcó la necesidad de mantener buenas relaciones interpersonales para lograr el mejor ambiente posible, y hacer que quienes visitaban su salón sintieran que estaban en su casa.

Por eso el salón Daisy, desde el original hasta el Gran Salón, siempre brilló no solo por la excelencia de sus servicios, sino también por la calidez de su gente, al crear junto a su esposo Iván, y sus hijos, una especie de gran familia extendida, entre una diversidad de personas con el único punto en común de haber compartido en ese mágico espacio creado por ella, en el que se dejaba sentir siempre su compromiso con el país, sus ideas políticas, y donde se crearon lazos indisolubles entre tantas personas que lo frecuentaban como clientas, y entre estas y sus “choris”, como se les denominaba a las favoritas.
Su dedicación por celebrar convenciones a las que venían reputadas figuras del estilismo internacional y en las que participaban mujeres de todo el país, y en premiar sus esfuerzos con la oportunidad de asistir a congresos internacionales, rindió frutos no solo localmente, sino que permitió que muchas de estas consiguieran oportunidades en el extranjero, y la proeza de que las peluqueras dominicanas se erigieran en una verdadera Marca País.

Daisy no solo fue una mujer extraordinaria en todas las facetas de su vida, como profesional, familiar, y ciudadana ejemplar, sino una mujer increíblemente visionaria, que con su seguridad en sí misma y su optimismo logró descubrir talentos y más importante aún, hacer que miles de mujeres descubrieran que tenían el potencial para ejercer dignamente una profesión y alcanzar éxitos, sembró en ellas la necesidad de seguir avanzando, y de comprender que no les bastaba con ser buenas en su área, sino que tenían que saber manejar sus negocios, como micro, pequeñas y medianas empresas, al crear organizaciones empresariales como ADME, que las representaran.

La vida la sometió a muchas pruebas que libró siempre sin perder su sonrisa y su entusiasmo, como lo hizo hasta sus últimos días sorteando las difíciles situaciones de salud que padeció durante años, y de las que con su inquebrantable fe nunca se quejó, al extremo de hacernos pensar que siempre estaba bien, y que las vencería como a muchas otras, y celebraríamos próximamente sus ocho décadas de fructífera vida. Lamentablemente su valiente y fuerte espíritu, ese que siempre amó la libertad, la honestidad, y la transparencia, tuvo que alzar el vuelo al cielo y dejar atrás su cuerpo, y a todos los que la quisimos solo nos resta decirle que siga volando alto, y que su invaluable legado, que impactó y seguirá impactando en distintas generaciones, continuará siendo muestra fehaciente de que su entrega y sacrificio valieron la pena.

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