Se dice que la historia la cuentan los vencedores, pero se oculta que las cicatrices, tanto físicas como espirituales, quedan en todos los contendientes.

En “La Eneida”, Virgilio, quien luego acompañó a Dante en su paso por el Infierno y el Purgatorio, nos dejó un relato épico sobre el origen de Roma, el destino en la vida del hombre y la constante implicación de los dioses en los asuntos terrenales. Pero también, escondida entre batallas y oráculos, el poeta nos cuenta una historia que es, por sí sola, una tragedia: la del amor interrumpido entre Dido, la legendaria reina de Cartago y Eneas, el héroe fundador.

Eneas, hijo de la diosa Venus, llega a las costas africanas luego de la destrucción de Troya. Dido, reina fenicia y “figura prominente de la historia antigua, considerada como la fundadora y reina de Cartago”, lo acoge. Se conocen, se aman y la épica cede a la dicha: la reina encuentra consuelo tras la muerte de su esposo y el héroe obtiene la protección necesaria. Pero los dioses no entienden de amor e intervienen reclamando la partida de Eneas tras un sueño, y este obedece.

Ella lo ve partir, se quiebra, maldice, enciende la pira y se lanza al fuego. Para Virgilio, quien escribe la epopeya de los orígenes romanos, el destino del héroe debe imponerse, aunque el alma de Dido quede destrozada. Parece que no hay victoria sin sacrificio, sin renuncia.

Uno podría pensar que este episodio es solo un desvío lírico dentro de la maquinaria del portentoso poema. Pero no. Dido puede ser considerada el corazón de La Eneida. Su desamor, su sufrimiento, su vida y su reinado, es el precio de la posterior grandeza de Roma. Sus cenizas incluyen la memoria de todos los amores que no pudieron ser, de todos los puertos que no eran destino sino refugio.

Dido ama sin garantía y no llega a comprender que Eneas, sencillamente, debe seguir su camino. Eneas, de su lado, entiende que hay cosas más grandes que él y que debe partir, aunque le duela el alma, pues aquel fuego no estaba destinado a quedarse encendido.

Nadie sale ileso. Ni el héroe que parte, ni la reina que se queda. Ambos quedan con cicatrices: no hay vencedor.

“La Eneida” es, en el fondo, “un poema sobre el precio del deber”. Pero también, y más sutilmente, es una elegía sobre los amores que no encajan en el plan de los dioses. O de la vida. O del destino.

Al final quedan las ruinas, el mar y el humo tras el fuego. Y, también, la certeza de un amor real que fue, en su brevedad, eterno.

El poema, en el Libro IV, trata esta historia bella y, a la vez, trágica, la cual, como dice un poeta y abogado amigo, deja pirograbado en el corazón del lector está ficción.

Recomendamos la lectura de “La Eneida” de Publio Virgilio Marón, en cualquiera de sus dos versiones: prosa o verso.
¡Grande Virgilio, grande! l

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