El gobierno y el liderazgo del Partido Revolucionario Moderno (PRM) han racionalizado la detención del diputado Miguel Gutiérrez con la afirmación de que cada quien es responsable de sus hechos. Pero no parece que sea suficiente. Es la forma rápida de salir del caso.
Quienes ejercen roles de liderazgo o funciones en la Administración se deben a las organizaciones que los postularon o a la autoridad que dispuso su designación en determinado puesto, y a los electores, que depositan su confianza mediante el voto en el entendido de que cumplirán con integridad la responsabilidad a cargo.

Antes de la elección o la designación, un activista o dirigente político tiene una vida y una carrera. Escasamente es producto de una acción improvisada, o de un golpe efectista cuando se trata de una “personalidad”, artística o profesional. Siendo así, los postulantes se asumen como conocedores del accionar de esa persona.

Más aún, cuando se ingresa a un partido, y se hace carrera, se supone que se llenan los requisitos previstos en los estatutos y la condición mínima habla de “observar buena conducta pública y privada, actuando siempre con honestidad, integridad y rectitud; llevar una vida que constituya un ejemplo de buenas costumbres en lo que respecta a los valores morales, ciudadanos y patrióticos reconocidos por la sociedad”.

Más aún, cuando una organización decide postular a un miembro, generalmente dirigente, se asume que pasa por algún rasero mínimo, y en todo caso difícilmente se trate de un “desconocido”.
Suele ser gente de alta exposición.

Naturalmente, siempre se podrá recurrir al dato que sugiere que no siempre se tienen las herramientas para determinar cuándo una persona lleva doble vida u opera bajo un manto oscuro.
Pero el caso del diputado Gutiérrez, y otros ya conocidos, sugiere que las organizaciones deben tomar con mayor seriedad y entereza las decisiones acerca de las personas que habrán de representarlas.

Resulta fácil descargar toda responsabilidad en un individuo envuelto en ilícitos. Y ciertamente, “nadie es penalmente responsable por el hecho de otro”. Pero los partidos tienen una vocación de cuerpo, y obligaciones compartidas, y de alguna manera deben aprender de tan vergonzosas lecciones. No hacerlo, podría tener efectos catastróficos de cara al futuro.

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