Las alarmas que dispararon las autoridades con la difteria y que surtieron determinados efectos en la población, pueden ayudar a construir modelos o formatos comunicativos para el manejo de crisis, potenciales o reales, en materia de salud o de cualquier género.

La comunicación es un recurso que puede ser muy útil, pero mal manejada puede inducir a resultados desastrosos. Como recurso puede planearse y administrarse en atención de la naturaleza del fenómeno.

Pero no siempre el manejo de ese recurso es puesto en manos calificadas. A las autoridades les basta con sus conocimientos específicos, sin valorar adecuadamente propósitos a alcanzar.

El hecho es que cuando se anuncia “alerta” con una enfermedad contagiosa, traída por migrantes desde el oeste, cualquier mortal puede imaginar que él y su familia están amenazados.

Una alerta temprana es razonable, pero tiene que ser bien transmitida, incluso para eventos previsibles como un huracán, sujeto a cambios inesperados.

El detonante de la alarma por difteria fue la muerte de un niño que había llegado desde Haití, y efectivamente se comprobó que había sido infestado. Luego vendrían los casos sospechosos -ocho o nueve- que dieron lugar a las sucesivas leyendas, y con ellas el pánico.

Ahí entran en acción los opinantes de todo. Los críticos insensatos, que a veces sin conocimiento de causa, sin tener los detalles, dicen cualquier cosa.

Se ha llegado hasta a sugerir la “necesidad” de aprobar una ley de vacunación. Con esa industria de leyes que no se cumplen, se pretende resolverlo todo por esa vía, como si no existiera un programa nacional de vacunación que debe ser revitalizado y financiado suficientemente.

Ahora, cuando un porcentaje importante de ciudadanos acude a los centros de vacunación, cuando evidentemente no se tienen las dosis para atender a todos, se pide de manera sensata que solo se presenten los grupos en riesgo, “niños menores de cinco años, embarazadas, envejecientes, militares de puesto en la frontera, trabajadores de la salud y habitantes en asentamientos como los bateyes”.

La difteria enseña cómo administrar una situación que en sí misma no constituía una crisis, pero mal manejada devino como tal.

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