La pasada semana un barco en el que viajaban más de 80 personas, que había partido el miércoles de Labadee (Haití) rumbo al territorio británico de las Islas Turcas y Caicos, se incendió y murieron 40 personas. La otra mitad fue rescatada y al menos 11 personas fueron hospitalizadas, según informó la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
No es un dato menor si Haití está de por medio. En lo que va de año más de 86.000 haitianos han sido “devueltos a la fuerza” a su país desde naciones vecinas, y aunque la OIM y otras organizaciones transnacionales se involucraron, esos retornos forzosos son indetenibles. En 2023 más de 126,000 haitianos fueran repatriados desde estados vecinos.
Estas estadísticas revelan que la gente huye de Haití por su situación desesperante de hambre y miseria, por la violencia social y de todo tipo, pero tantos haitianos devueltos dan una idea de la magnitud de una crisis que algunos pretenden reducir a la violencia que generan bandas armadas y, lo que es peor, venden que el puñado de policías kenianos es la solución.
Hace pocas semanas el nuevo primer ministro de Haití, Garry Conille, estuvo tocando puertas en Washington para reclamar los recursos que le ofrecieron; se reunió con Anthony Blinken, secretario de Estado de EE.UU. y con el Banco Interamericano de Desarrollo, que había prometido 40 millones de dólares, y con el FMI, que en enero aseguró que activaría el programa Food Shock Window, que le permitiría poner en marcha una serie de acciones de protección social.
La crisis económica-social, de seguridad y político-institucional de Haití debe estar en los puntos prioritarios de la agenda, para que se pueda instalar en febrero de 2026 un gobierno electo por el voto popular.
En ese complicado contexto es que se debe inscribir la muerte de 40 haitianos, calcinados a bordo de una embarcación, que en su desesperación desafiaron al mar.
Estas lamentables muertes, y que en 18 meses más de 212.000 haitianos han sido “devueltos a la fuerza” desde otros países, es la cotidianidad de un pueblo que padece las acciones de bandas criminales, pero que también sufre ataques desoladores provocados por el hambre y la miseria extrema.
Si la comunidad internacional no aborda lo de Haití con firmeza y voluntad, aunque apresen o maten uno por uno a los bandoleros, la situación continuaría siendo igualmente calamitosa.