No porque haya visitado ayer poca o mucha gente la Basílica de Higüey se puede medir la religiosidad de la inmensa mayoría del pueblo dominicano, su fe, sus creencias. Para eso no basta un acontecimiento en particular.
Aunque no asistiera a misa, la espiritualidad del criollo se expresa de diversas maneras, va con su historia y es parte de su cultura.
“No es más justo el que más reza, ni más creyente quien más frecuente el templo”, dice Jean-Baptiste Massillon, lo que se podría ampliar, y profundizar si apelamos a la vieja canción de amor Amémonos: “Yo presentí en el mundo tu existencia, y como a Dios sin verte te adoré”.

Es que para sentir su presencia no hay que palparlo ni convencer a nadie de que existe, solo basta creerlo.

Acaso divagamos sin tomar en cuenta que estos son otros tiempos, muy modernos, y quizá resultaría mínima la gente que enfiló para la Basílica o para la iglesia de su comunidad en comparación con los que “cogieron” carreteras y huyeron del mundanal ruido de las ciudades hacia las montañas o hacia las playas que con seguridad estarán llenas de gente.

Pero no es lo que importa. Que no se vaya a misa o que la gente no se recoja a reflexionar, no contradice este escrito. Tampoco descalifica ni pone en cuestionamiento la religiosidad de los que decidan aprovechar a su manera el extra largo fin de semana.

Falsos cristianos son los que aparentan ser lo que no son y los que ocultan sus malas prácticas con todo y que puedan asistir a misa los domingos y, peor, hasta toman a Cristo en su boca.

Esos son los individuos con “anemia espiritual”, como describen los obispos en su Carta Pastoral la verdadera pandemia de estos días con males ante los que muy pocos se dan por aludidos.

La espiritualidad del dominicano habita en su cultura y forma parte de su historia, de sus luchas y de sus pasiones, y como un componente de su idiosincrasia siempre estará presente como un sello de identidad nacional y popular.

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