El gobierno tiene encima el impacto de la COVID-19 en la salud de los dominicanos, que es demasiado, la pérdida de los empleos, que es mucho, y en general, el empeoramiento de las condiciones de vida de la gente, visto a través del encarecimiento de los productos de la canasta familiar, y los conatos de violencia recientes.
Pero tiene a favor la ausencia casi absoluta de respuestas en los actores políticos. Por un lado, la comprensión de los partidos llamados a jugar a la oposición, sobre la crítica situación del país a causa de la pandemia, y además, por el efecto resaca causado por los resultados electorales.

El principal partido opositor sigue apurando un proceso depurativo y de reestructuración, atravesado por el trauma de la derrota electoral, y más allá, su principal liderazgo muy golpeado con los expedientes de corrupción contra cercanos parientes. La tercera fuerza se está constituyendo, muy atenta al debilitamiento de su predecesor y tácticamente cercana al grupo gobernante. Ninguna de las dos entidades representa un polo o eje con capacidad de acción efectiva frente a las políticas del gobierno.

La sociedad civil continúa comportándose como aliada del gobierno, en lo que parece un fortalecimiento de una relación cultivada en la confrontación con la administración anterior. De hecho, varios meritorios miembros de ese estamento han pasado a formar parte del gobierno del PRM y Luis Abinader. Y los grupos populares, podría incluirse la izquierda, están a la espera de las medidas “progresistas” que pudieran gotear.

La tarea del Presidente es administrar la gran crisis sin oposición, lo que constituye una oportunidad.

Lo único que pudiera considerarse como amenaza está en las propias bases del gobierno, en la pasta humana que lo compone, en la calidad de los funcionarios escogidos.

En los meses transcurridos desde el 16 de agosto ya se cuentan al menos seis casos escandalosos que pudieran considerarse dañinos a la imagen del gobierno.

Esto último sería nada si se tiene en cuenta cierta tendencia, que todos deseamos que sea solo perceptiva. No hay nada más peligroso que los colaboradores de un gobierno hagan empatía con los negocios. Los resultados serían catastróficos.

Es la gran amenaza. Lo ha demostrado la historia. Esperemos que no ocurra.

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