Crisis como la que vivimos desnudan cosas. De todo tipo, desde las más simples hasta las más enrevesadas de los entresijos sociales. Convivimos con ellas, pero apenas las miramos. Forman parte del entorno, pero simplemente las ignoramos. No existen, pero están ahí y han estado siempre, y nadie sabe hasta cuándo.
Pero hay algunas tan crudas que disparan todos los sentidos. Por ejemplo, cuando todos buscamos guarecernos, permanecer en nuestras casas, protegernos, cuidarnos para evitar las zonas de potenciales contactos con una cosa tan horrible como el coronavirus de estos días, y por alguna circunstancia, porque es estrictamente necesario, debemos abandonar la zona de seguridad, y al salir a la calle, en la más cercana esquina, descubrimos que la vida sigue igual.

Sigue igual para niños desvalidos, o para ancianos que no tienen alternativas para sobrevivir. Que definitivamente no pueden respetar la cuarentena, porque si se quedan en sus ranchos, o sus casas, como preferimos llamarlos, no tienen la mínima garantía de que encontrarán con qué alimentarse, o más propiamente, comer algo para no morir de hambre.

Y esos chicos, que en ocasiones son lazarillos de ancianos invidentes, deben trabajar. En este caso, trabajar es pedir, con la protección debida, eso sí, una simple mascarilla artesanal.

Son los niños de la calle con algún vínculo familiar. Otras veces, son los mismos niños de la calle pero sin vínculo específico con ningún hogar, y que sobreviven con lo que encuentran, sea que les regalen o lo consigan de cualquier manera.

Eso ocurre todos los días, antes y después de la pandemia. Y parece que no hay solución, porque aún en medio de este drama, las instituciones llamadas a hacer algo, no se dan por enteradas.

Quizás este grupo de personas no califican para ninguno de los programas públicos, sea a través de Conani o de las diferentes agencias del gobierno que motorizan sus asistencias con esquemas preestablecidos que no tienen capítulos para esa clase de situaciones que no son eventuales, sino parte de una realidad que no deseamos percibir.

Ni durante esta emergencia tenemos política para la gente de la calle. Lo aseguramos así o será preferible preguntarlo: ¿Hay algún programa para esos humanos?

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