Distintas dependencias gubernamentales, lideradas por el presidente Luis Abinader, se han movilizado con presteza para llevar socorro a las zonas más afectadas por el huracán Fiona, y también se ha manifestado con creces la proverbial solidaridad que caracteriza al dominicano, capaz hasta de despojarse de lo suyo para dárselo al hermano que lo necesite.

Satisfactorio eso; positivo y merecedor de reconocimiento pero, ojo, hay que evitar reeditar, entre tantos repartos y promesas, el asistencialismo, el paternalismo que hace que la gente no se integra al proceso y se acomoda, se sienta a esperar por aquella mano amiga que lleva el alimento, la hoja de zinc para cobijar su techo o el electrodoméstico.

La dádiva, el reparto, lo regalado o “dao” para ser más explícito, se convierte en una mentalidad difícil de cambiar porque es a lo que han sido acostumbradas las grandes masas y es consustancial a los partidos, en el poder o en la oposición.

Quizá Fiona pueda ser un punto de partida para combatir esa dañina y degradante práctica con la que se castra la posibilidad de empoderar a las personas y a las comunidades para que en lugar de mirar y esperar acompañen el proceso.

La distribución indiscriminada de artículos de todo tipo solo sirve para justificar que se está cumpliendo, cuando lo provechoso sería organizar a las personas e integrarlas a su causa.

Por ejemplo, el arreglo de su vivienda o del puente destruido en su comunidad, lo que en opinión de expertos de la conducta humana les daría sentido de vida y de utilidad y promovería la movilidad social, cuya ausencia reedita por generaciones la pobreza.

Clientelismo y populismo cierran caminos al esfuerzo propio y no crean conciencia ni responsabilidad colectiva.

Ojalá que a la par con las ayudas que fluyen a borbotones se creen condiciones que permitan o potencien habilidades y destrezas sociales para que las personas desarrollen las potencialidades que tienen.

Incorporar a las comunidades a las labores de reconstrucción, a levantar la casa y hasta al gesto simple de cortar ramas, pero que se sienta partícipe.

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