La inseguridad, y la percepción de que nadie está garantizado ni siquiera bajo el techo de su vivienda, que después del estado de emergencia parecía disminuir, de golpe reaparece y se acrecienta.
Dos oficiales asesinados por desconocidos en menos de 48 horas. Uno, capitán del Ejército, en la carretera Sánchez, entre San Cristóbal y Baní, y el otro, un segundo teniente de la Policía, cayó abatido en el sector El Valiente de La Caleta, Boca Chica. Ambos fueron atacados desde motocicletas. El capitán Ricky Sabiel Rubio, regresaba con su esposa y una hija desde Barahona, y el segundo teniente Ángel Carrasco se dirigía a su vivienda. En ambos casos, los criminales se llevaron las armas de los oficiales.
El capitán Rubio formaba parte de la escolta del ministro de Interior y Policía.
En igual período, en Sabana Grande, Puerto Plata, la comerciante María Dolores Estrella fue asesinada.
Estos hechos ocurren en medio de un estado de excepción, en el cual se supone que las medidas de seguridad son mayores, hay menos personas en las calles y el control de las mismas resulta más fácil.
Es preocupante.
En los casos de los oficiales, los atacantes se centraron en el despojo de las armas. No requirieron más, lo que precisamente buscan para seguir delinquiendo. Formarán parte de una organización delictiva.
Mañana, probablemente nadie recordará lo sucedido. Prima el desasosiego en los espíritus generado por la pandemia, y al mismo tiempo, una campaña electoral muy distante de la cultura y la tradición política dominicana.
La realidad es que seguimos bajo el azote de los delincuentes, que tan pronto vieron abrir la circulación, aún en medio del toque de queda nocturno, se lanzan sobre víctimas inocentes, útiles a la sociedad.
Las autoridades y los organismos de seguridad deben investigar a fondo, capturar a los responsables y someterlos a la justicia. Es lo que manda la ley.
Pero es bueno señalar que pese a la vigencia de un estado de excepción, los asesinos puedan operar como estamos viendo. Deplorable.
