En un momento donde las imágenes de guerra vuelven a saturar titulares —desde los cielos del Medio Oriente hasta las costas del Mar Rojo—, hay obras que adquieren una vigencia incómoda. No porque se parezcan a lo que vemos hoy, sino porque nos obligan a recordar lo que hemos sido. Y, sobre todo, lo que aún podríamos ser si olvidamos.
Entre ellas está “El pueblo en lucha”, la emblemática pintura mural que Ramón Oviedo creó para conmemorar el alzamiento cívico-militar del 24 de abril de 1965 en la República Dominicana. Esta obra, cargada de una potencia simbólica que trasciende su contexto histórico, no representa una batalla, sino un grito: el grito de un pueblo que, con las manos vacías, enfrenta al poder armado.
No hay héroes ni escudos. Solo un cuerpo desnudo, humano, orgánico. Y un cañón frío apuntando a quemar la esperanza.
Más que ilustrar la violencia, la obra la denuncia desde la víctima, desde la fragilidad, desde la desesperación. No hay romanticismo. Hay crudeza. Hay verdad. Y esa verdad incomoda, pero también activa la conciencia, que es —o debería ser— la función más elevada del arte.
En este mural, Oviedo construyó una poética de contrastes: la vida frente a la máquina; la tierra viva contra el acero invasor; la dignidad desarmada frente al poder deshumanizado. Lo que emerge no es la historia congelada en el tiempo, sino una advertencia simbólica: cuando la memoria se silencia, la violencia regresa con nuevos nombres.
Hoy, mirar esta obra es algo más que un ejercicio de nostalgia o de orgullo patrio. Es, sobre todo, un acto de responsabilidad cultural y ética.
Porque no se trata solo de mirar un cuadro, sino de escuchar un testimonio.
Uno que nos recuerda que el arte no siempre consuela. A veces resiste en silencio, pero con fuerza implacable.
Y sin embargo, incluso en medio del dolor que la obra evoca, aún se abre espacio para la esperanza. Porque el arte también puede ser promesa. Puede ser semilla, puede ser reconstrucción. En un mundo cada vez más fragmentado, crear sigue siendo un gesto profundamente político y profundamente humano.
“El pueblo en lucha” no es una obra para contemplar.
Es una obra para detenernos.
Pensarla es pensarnos.
Y quizás, desde esa memoria activa, elegir no repetir lo que ya una vez nos rompió.
Juan José Mesa
Gestor cultural, curador y asesor en arte y patrimonio visual.