Motoristas que ven la luz roja del semáforo como un lindo adorno que no merece respeto y agentes del tránsito que lo toleran; conductores de vehículos para los cuales las luces direccionales encendidas por el auto que corre delante no vale nada; candidatos a alcaldías que reclaman las dádivas que otorgaron, por no ser favorecidos con el voto electoral.
Pésimos mezcladores de música y animadores que promueven el ruido, el irrespeto a las buenas costumbres y que mandan a los afectados a mudarse; autoridades que en vez de promover la erradicación del desorden, promueven que se le acomode y se le busque un buen espacio.
Criminales solicitados como pan caliente por programeros y enganchados a “intelectuales” para que ofrezcan testimonios vivos sobre cómo delinquir con éxito, sin que a eso se le ponga control.
“Productores” simulando un atraco y echando al piso la credibilidad de un medio de comunicación con una reputación bien ganada, cuando lo correcto es criticar los delitos que ocurren y pedir que las autoridades arrecien la lucha contra ese mal.
Sujetos de poca monta (de ambos géneros) que no han hecho nada útil en la vida, que ahora adquieren la categoría de “influencer”, gracias a una brecha que los creadores de redes sociales olvidaron cerrar.
A ellos se les otorga una importancia muy superior a gente con la cabeza bien amueblada que aporta a la sociedad y a la economía. Un desincentivo al estudio y a la formación escolar, prácticamente un llamado a cerrar las universidades porque no tienen razón de ser. Así va República Dominicana, con un comportamiento de “patas arriba”
Se vislumbra un panorama turbio, en el que la lógica y el sentido común parecen haber perdido su lugar. Desde la exaltación de personajes controvertidos hasta la trivialización de problemas graves, la sociedad enfrenta desafíos que requieren una reflexión profunda y acciones concretas.
Animador y promotor del mal vivir
Uno de los casos que ha causado malestar fue la elección por parte de la Policía Nacional del mezclador de música y “animador” conocido como DJ Adoni, responsable de la promoción del ruido y el irrespeto a los vecinos, como “modelo o ejemplo para la juventud, al convocarlos a ingresar a la institución del orden y a asumir eso como una profesión.
Es un consejo que los jóvenes seguramente no aceptaron, por mandato del propio Adoni. Una de las frases más sonadas del tristemente famoso mezclador de música es “El que quiere perder su tiempo que me aconseje”.
Pero también dice que “Cuando su opinión sepa a romo la tomaremos en cuenta”, y “Atención vecino: Si le molesta la bulla, múdese del barrio”.
En lugar de aprovechar la oportunidad para destacar a alistados y clases, subalternos, oficiales, oficiales superiores y oficiales generales de la Policía Nacional que representan valores de integridad y servicio a la comunidad, la institución optó por un personaje cuestionable que socava los principios fundamentales de la convivencia pacífica.
¿Por qué no se consideró a atletas que dignamente representan al país en competiciones locales e internacionales como verdaderos modelos a seguir para la juventud?
No bien pasa ese episodio, cuando se da a conocer un plan por parte de un ministerio para acomodar y “buscar espacio seguro a los teteos y a los jóvenes que organizan las peligrosas carreras ilegales en motores”.
El fenómeno del “teteo”, asociado con fiestas clandestinas y comportamientos irresponsables, refleja una cultura de la imprudencia que desafía las normas de convivencia y seguridad pública.
A pesar de los esfuerzos por contener este problema, las autoridades parecen más preocupadas por crear “espacios seguros” para estos eventos que por abordar problemas más urgentes como el desempleo juvenil o la falta de infraestructura en zonas rurales. Algo aportarían.
¿Atraco falso y atracos verdaderos?
En un país donde la credibilidad de los medios de comunicación es crucial, el episodio reciente del “falso atraco” transmitido en vivo desde una cabina de radio ha generado indignación y cuestionamientos sobre la ética, incluyendo la periodística.
La irresponsabilidad de un productor al organizar esta farsa, que pudo terminar en una tragedia mayúscula, pone en evidencia la necesidad de establecer límites claros entre la información y el entretenimiento.
OTRO…. El debate sobre la inclusión sexual ha polarizado a la sociedad dominicana, con opiniones divididas sobre cómo abordar la diversidad de género y orientación sexual.
La inclusión no se trata de promover la homosexualidad o el lesbianismo de forma descarada, sino de aceptar y respetar la diversidad sexual y de género.
La inclusión implica crear un ambiente en el que todas las personas, independientemente de su orientación sexual o identidad de género, se sientan seguras, respetadas y valoradas.
No se trata de promover una orientación sexual en particular, sino de garantizar que todas las personas sean tratadas con igualdad y dignidad.
En medio de esta confusión, es fundamental reconocer y valorar a quienes realmente contribuyen de manera positiva al desarrollo y bienestar de la comunidad.
Es hora de dejar de glorificar a figuras cuestionables y empezar a valorar a aquellos que con su esfuerzo, sacrificio y trabajo dignifican a la sociedad dominicana.
¿Patrón de qué?
El caso del “Patrón de Jarabacoa” un sujeto muy cuestionado, es un ejemplo claro de cómo la “fama” efímera puede eclipsar la verdad y la honestidad.
Este individuo, conocido por ofrecer premios ficticios y burlarse de la ilusión de la gente, ha sido ampliamente promocionado en los medios de comunicación. Una vergüenza a los ojos de la gente que se respeta.
Además, la permisividad hacia expresiones culturales que promueven la violencia, el lenguaje vulgar y la falta de respeto solo contribuye a la erosión de los valores tradicionales dominicanos.
El papel de las redes sociales en la difusión de contenido inapropiado y la promoción de comportamientos negativos también debe ser examinado de cerca. Si bien estas plataformas ofrecen oportunidades para la conexión y el intercambio de ideas, también pueden ser utilizadas para difundir desinformación y perpetuar estereotipos dañinos.
En última instancia, la responsabilidad recae en todos los sectores de la sociedad dominicana; desde las autoridades gubernamentales hasta los ciudadanos comunes.
Es necesario un esfuerzo colectivo para rechazar la cultura de la mediocridad y la complacencia, y trabajar juntos hacia un futuro más prometedor y justo para todos.
Derechos Humanos… ¿Para delincuentes?
La sociedad dominicana se enfrenta a un dilema constante: la percepción y la aplicación de los derechos humanos. Si bien es innegable que estos derechos son fundamentales para proteger la dignidad y la integridad de todos los ciudadanos, surge una preocupación cuando se observa cómo se interpretan y se defienden en la práctica.
Se cuestiona la priorización de los derechos de los delincuentes y antisociales sobre los de las personas honestas y trabajadoras. Es decir, de estos antisociales, sobre las personas que han sido víctimas de ellos.
Los derechos humanos no son, ni deberían ser selectivos y deben aplicarse de manera equitativa para todos los individuos; no solo cuando hay que salir a defender un delincuente.
Las víctimas de dichos crímenes y sus familias, merecen justicia y protección, aunque no formen parte de los organismos que financian las instituciones de “derechos humanos”.
Muchas veces, como ha ocurrido recientemente, los afectados de estos antisociales son agentes policiales y militares que arriesgan sus vidas en el cumplimiento de su deber. Demasiado a menudo, estos servidores públicos se enfrentan a una actividad delictiva desenfrenada que deja un rastro de tragedia y sufrimiento en su estela.
Es crucial preservar la imagen de la República Dominicana como un destino turístico amable y hospitalario, caracterizado por su gente amable, sus buenas costumbres, el respeto al orden, a las leyes y a la convivencia.