El fracaso de las élites

Escribir sobre este tema “el fracaso de las élites y de las clases políticas”, fue el haber oído, por accidente, a una señora venezolana, que me tocó cerca cuando hablaba de que había llegado a Estados Unidos de vacaciones y que por accidente se habían encontrado con una adinerada familia de Dubái que los habían invitado a cenar.

Escribir sobre este tema “el fracaso de las élites y de las clases políticas”, fue el haber oído, por accidente, a una señora venezolana, que me tocó cerca cuando hablaba de que había llegado a Estados Unidos de vacaciones y que por accidente se habían encontrado con una adinerada familia de Dubái que los habían invitado a cenar.

Comentaba que se veía en la necesidad de comprar ropa y joyas caras para estar a la altura de los convidantes, teniendo ella tantas cosas en su país. Para mi interior pensé, o es parte del régimen narco chavista o es de las causantes de la enorme crisis que padece el que fuera uno de los países más ricos de Latinoamérica.

El concepto de élite ha sido uno que se ha discutido ampliamente, muchas veces con un sentido negativo, asociado a las élites financieras y económicas.

Sin embargo, no existe un consenso de lo que élite significa y lo que más se acepta es que son grupos más favorecidos que gozan de movilidad y que su importancia es el resultado del grado de influencia que pueden ejercer dentro de la sociedad.

Como tal, los intelectuales son una élite, lo son las iglesias, los periodistas, los maestros, los empresarios, los sindicalistas, las izquierdas, en fin, todos aquellos que pueden ejercer cambios en la sociedad para su beneficio o para el de la colectividad.

Muchos autores se refieren a la poca movilidad que las élites procuran, son alérgicas al cambio y mucho más si se encuentran en situaciones privilegiadas, que el cambio les significa un cambio en su estatus.

No podemos olvidar que la clase política es una élite también y cuando los políticos y las élites no son capaces de generar los cambios que un país requiere, el camino es el fracaso.

Venezuela no es el único caso, por el momento el más crítico de todos. Sus élites fueron incapaces de hacer los cambios que ésta nación demandaba, muy a pesar de su inmensa riqueza, la pobreza arropaba los cerros venezolanos y una democracia débil fue sustituida por lo que la población entendió sería una élite política que vendría a resolver los problemas que otras, por años, fueron incapaces.

Llegó el socialismo de Chávez, con un discurso cargado de una enorme demagogia y el poder del petróleo, pretendió crear un imperialismo a su antojo, algo que las élites fracasadas no pudieron detener.

Manejó el Estado a su antojo, hasta que sólo el cáncer pudo con él para ser sustituido por un Maduro aún peor y una oposición incapaz de ponerse de acuerdo para enfrentar a lo que se había convertido en una élite de narcotráfico, apoyada por Cuba, Rusia e Irán.

Convocó elecciones irregulares, llevó a prisión a todo el que se le opuso, asesinando sin control y llevando a la otrora rica economía a una donde unos viven como reyes, la élite narco socialista; mientras el resto sufre de ausencia de salud y alimentos básicos.

El camino correcto de Venezuela o de cualquier otra nación es que sus élites promuevan la innovación, recursos, empleos de calidad y no clientelismo y, mucho más importante, una distribución justa de los recursos.

Pero esto no se logra sin que exista un fin común que no sea el beneficio de grupos específicos y que las élites se acomoden unas porque no quieren enfrentar posiciones y otras porque están tan enfrascadas en sus luchas internas que olvidan el verdadero objetivo de su existir.

El lunes pasado Víctor Bautista, en su columna semanal en el prestigioso matutino El Día, decía que los empresarios no debíamos ser simples sombrillas; cuánta razón tiene. Debemos ser ejemplos de una élite responsable que rechace a empresarios que dañen la reputación del conjunto con acciones reñidas con prácticas transparentes y respeto al medio ambiente.

Pero de la misma forma, tampoco como parte de todas las élites no podemos permanecer ajenos al entorno, porque sólo nos convertiríamos en generadores de riquezas que muchas veces serán mal empleadas. Tampoco podemos permanecer indiferentes ante los enfrentamientos de la élite política porque esto crearía un clima donde el crecimiento y la estabilidad económica estarían en riesgo.

Thomas Piketty afirma que Latinoamérica es de las regiones con mayores diferencias económicas. Afirma que hemos podido entender la necesidad de fuertes políticas económicas para abatir la pobreza, pero admite el fallo de la élite política que no ha sido capaz de construir políticas sociales más eficaces, más coherentes y un verdadero combate de la corrupción.

A diferencia de Venezuela, nuestras élites políticas, eclesiásticas, profesionales, sindicales y empresariales, han dado en momentos críticos ejemplos de capacidad de entendimiento. Basta recordar el 1994 y cómo logramos salir de la crisis electoral que bien pudo crear una crisis de proporciones mayores.

El país tiene que retornar la conciencia de ese año, porque hemos perdido mucho de la coherencia que teníamos entonces. La hemos sustituido por un deseo de poder y riqueza, una indiferencia frente a muchos temas que nos afectan pero que aún tenemos la capacidad y el deseo de cambiar para no terminar como la señora que con lástima me tocó escuchar que, a pesar de vivir en un país en crisis, ella vive como muchos otros en otro planeta.

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