En las elecciones del 2000, el entonces presidente Leonel Fernández mantenía buenos niveles de aceptación en la población, pero no podía ser candidato. Su vicepresidente, Jaime David Fernández Mirabal y su ministro de la Presidencia, Danilo Medina, se disputaron la candidatura presidencial por el PLD, que finalmente ganó el segundo. De los dos, Danilo era el más cercano a Leonel. Pero Fernández, el primer peledeísta que llegó a la presidencia de la República, hizo muy poco, o nada, para que su pupilo ganara los comicios. Su participación en la campaña fue casi nula. No parecía que tuviera mucho interés en que su partido lograra la victoria. Quizás no creía en las posibilidades de la organización en ese proceso, y sabía que vendrían tiempos mejores. En la práctica, las cosas le salieron bien, ya que el PLD perdió en ese torneo electoral, pero él ganó fácilmente en el 2004 y repitió en el 2008. Su intenso activismo en la campaña del 2012, apoyando al mismo Danilo, contrasta con su actitud pasiva del 2000.

Caso extremo

El anterior es un ejemplo de cuando un líder político no acciona a favor de su partido. Pero a veces la apuesta es claramente en contra. En el PRD ha sucedido varias veces y el caso más reciente fue en el mismo 2012, cuando Miguel Vargas, presidente del partido blanco, no se sumó a la campaña del candidato Hipólito Mejía. En el 2004, el caso fue más extremo, con el mismo Mejía de candidato, ya que el hoy extinto Hatuey De Camps se opuso hasta el último momento a la reelección del entonces mandatario y mandó a votar en contra del partido que en ese momento presidía. La apuesta de un líder en contra de su propio partido se da por razones distintas, y se utilizan mecanismos diferentes. Desde quedarse sentado hasta maniobrar por debajo a favor del contrario. Rara vez ocurre un caso como el de Hatuey, que lo hizo de manera abierta, con todos los riesgos que implicaba.

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