Aunque los analistas políticos aseguran que los debates presidenciales no mueven la aguja electoral en torno a incidir en el votante para que cambie su intención al sufragio, hay errores que pueden costar muy caro.

A lo largo de la historia de Estados Unidos, hay ejemplos que demuestran esta teoría. Y, aunque no son un mandato constitucional, se considera parte intrínseca del proceso electoral.

La gente lo pide, lo piden los partidos, los propios candidatos que se sienten con mayor fortaleza lo utilizan como arma filosa para enfrentar, de manera pública y posicionar un discurso mediático que los ayude a crear percepción de triunfo.

Desde 1987 en Estados Unidos, existe la Comisión para los Debates Presidenciales , una entidad mediadora entre los equipos de cada candidatura presidencial. El primer debate presidencial televisado de los Estados Unidos fue realizado en Chicago el 26 de septiembre de 1960, entre John F. Kennedy y Richard Nixon, luego de eso, nadie quiso debatir, hasta 16 años después.

La pregunta que muchos se hacen es si es obligatorio ir a un debate, aunque en nuestro país no está contemplado en ninguna normativa, hay otros que sí dieron el paso como Uruguay, que desde 2019 hay obligatoriedad para los candidatos que alcancen la segunda vuelta. México es otro ejemplo.

En el país, la Asociación Nacional de Jóvenes Empresario (ANJE), ha hecho la invitación pública a los candidatos presidenciales de la presente contienda electoral, para que asistan al debate que organizan desde hace unos años, de manera que puedan exponer sus ideas, sus propuestas y el electorado tenga referencia de su manejo y desenvolvimiento, como lo dejó saber José Nelton González, presidente de ANJE.

El dominicano quiere ver debate, sin embargo, habría que esperar, ya que no sabemos si en este oportunidad el presidente Luis Abinader, candidato del PRM, aventajando en los números, según las encuestas, a Leonel Fernández, candidato de la Fuerza del Pueblo, y Abel Martínez del PLD, quiera someterse a ese escrutinio, ya que sería el blanco perfecto para la oposición.

Debatir hace bien, la democracia lo agradece y quienes necesitan a través de instrumentos de esta naturaleza tener otros elementos para dejar de ser un número más en las listas de los indecisos y de la abstención electoral.

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