Se fajó solita con su muchacho, hasta hacerlo hombrecito entre Villa Juana y Nueva York, ida y vuelta, vuelta e ida, para que se hiciera abogado, soñador y alborotador de conciencias. Y aunque añales después su muchacho ocupó el Palacio Nacional, a ella nunca se le vio figureando en fiestas de relumbrón, ni exhibiendo canonjías de gran matrona, ni opinando a favor o en contra de lo que su muchacho hacía como gobernante, pues la discreción y la serenidad normaron su conducta… (Y así partió de este mundo doña Yolanda Reyna, buen ser humano y noble ciudadana que, dígase lo que se quiera, bien merece descansar en paz).

Posted in Fogaraté

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas