Visito con frecuencia Santo Domingo, la ciudad más antigua de América, que abarca unas diez cuadras, al sur, junto al mar, y sube otras diez cuadras, hasta las ruinas de San Francisco: cien manzanas de piedra colonial, infiltrada por la modernidad comercial. Y debo confesar que ninguna otra Capital del continente muestra tanta riqueza arquitectónica ni tantas historias, públicas y secretas, de la ignominiosa invasión de un continente al que se le impuso una historia ajena al deseo de sus habitantes, dueños naturales hasta entonces de todos sus amaneceres… (Y la verdad es que es una hermosa ciudad para los caminantes sin prisa, como yo).

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