Ayer me la pasé escuchando a Juan Luis Guerra…Y dejémonos de vainas, pues nadie como él ha sido mejor testimoniante del amor sencillo y de nuestras ocurrencias más dramáticas, desde la búsqueda de la visa para un sueño (que se le frustró a Elena, al morir en Nueva York sin saber lo que vendía), hasta el canto cocolo a San Pedro de Macorís, en momentos en que sufría (“¡Tranquilo, Bobby, tranquilo!”) la indiferencia médica, tras subirle la bilirrubina por un amor por el que quiso ser pez, y no pudo, porque, aunque se vistió de lino y de franela, la falta de una lluvia de café hizo que perdiera en la gallera para seguir cantándole a su gente.

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