El roba-la-gallina mueve frenéticamente sus descomunales nalgas de trapo y pide con más fuerza en cada esquina. Y el diablo cojuelo revienta todo su vigor en cada azote de vejigas. Y el Califé enloquece con su propia locura. Y la risa colectiva sale grande y larga, transmutándose en un millón de máscaras. Y los tambores suenan más alto. Y los cencerros revientan sus metales. Y los cascabeles ensordecen las calles. Y la multitud se emborracha, baila hasta el hartazgo, se eleva al paroxismo y la inconciencia. Es carnaval. Todo cesa. Y en lo más íntimo de la fiesta se sabe, se acepta, que al fin de cuentas esta patria es una verdadera vaina.

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