Cuando el Yuna readquiera su perdida mayúscula; cuando las presas vuelvan a ser hatos de peces transparentes; cuando vuelva a saltar la cola del Jimenoa; cuando Nizao deje de ser sinónimo de arena; cuando cante otra vez el querebebé en el Yaque del Norte y el del Sur deje de arrastrar el terrar de las lomas peladas; cuando la coronita pueble nuevamente el Este; cuando, en fin, este país vuelva a ser verde, sin humos carboneros y hachas talamontes, creeremos todo lo que prometan los ecologistas de nuestra burocracia. Mientras tanto, el tiempo apremia, pues la tierra seca, aquí y allá, se nos escurre entre los dedos.

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