Las reacciones que tuvieron algunos comunitarios de Cambita, en San Cristóbal, que condenan el asesinato del nombrado José Antonio Figuereo Bautista, alias “Kiko, la Quema”, son muy normales en estos casos.

Y es que los lugares donde coexiste este tipo de persona son comúnmente habitados por familias de escasos recursos económicos, y los capos se venden ante ellos como gente “caritativa y buena”.

En los vídeos que corrieron por las redes sociales, se vio claro que quienes protestan son personas con las él tenía contacto, por demás con muchas carencias. Contaron ante las cámaras que recibían ayuda para compra de alimentos, medicinas, enseres para el hogar y hasta reparación de viviendas.

De acuerdo con los datos que suministró la Policía, Kiko la Quema tenía un prontuario de delitos, desde tráfico de drogas, red criminal y abuso de menores. El cuerpo del orden llevaba meses tras su captura y hasta el propio presidente Luis Abinader lo había llamado para entregarse.

Hubo un elemento que llamó mi atención y es el supuesto control de la delincuencia callejera que tenía Kiko la Quema en ese barrio, de acuerdo con las declaraciones de algunos entrevistados por periodistas de medios de comunicación.

Escuché en uno de los audios declaraciones en ese sentido. La gente se quejaba de que, tras la muerte de Kiko la Quema, iban a ser atacados por las bandas y que los negocios pequeños o micro iban a desaparecer.

Estos comportamientos son típicos en lugares dominados por bandas y por droga; y todo parece indicar que Kiko la Quema mantenía a raya a los delincuentes comunes en el populoso sector.

El encendido de velas en las calles tampoco es nuevo en estos casos por la muerte de delincuentes que consiguen fama. En otras ocasiones también se ha visto este tipo de escenas en las que la gente sale a llorar sus muertos y a describirlos como “alma buena”.

Estos acontecimientos y comportamientos de comunidades donde abunda la pobreza y la desolación me recuerdan el caso Quirino cuando fue apresado y entregado a la justicia.

Quirino era tratado como un “salvador” en comarcas de las provincias San Juan y Elías Piña donde el capo poseía fincas y negocios y distribuía dinero entre los campesinos a bajo costo para ayudar en sus cosechas. Esas personas lo consideraban un ser noble y solidario.

Señalan las crónicas que el 80% de la producción agropecuaria en ambas provincias era financiada con el dinero que facilitaba Quirino, entonces, imagínese lo que pensaban sobre él.

En Medellín, Colombia, está el caso de Pablo Escobar y así hay otros capos famosos, cuyas historias están ahí. Estas personas se convierten en los Robin Hood de pueblos enteros, sobre todo de aquellos colmados de carencias materiales y hasta espirituales.

Los narcos son una especie de caciques. Todo el mundo los conoce, y se caracterizan también por ser caritativos y dadivosos, cualidades fáciles de vender en lugares donde la educación y las oportunidades escasean.

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