En agosto del 2018, el Colegio de Periodistas (CDP) pidió al Senado una reforma a la ley que lo creó, a fin de (cito) “evitar que personas ajenas a la profesión laboren en los medios de comunicación”, con lo que pretende así “fortalecer la libertad de expresión y el derecho de información”. Imagínense, defender la libertad y el derecho a ser informado restringiendo la práctica del periodismo a una élite de informadores.

En mis 60 años de ejercicio periodístico nunca había leído algo tan espantoso. Ni en los tiempos de la tiranía de Trujillo, en la que hubo total y absoluto control de la información y se les negó a los ciudadanos el derecho a expresarse según sus convicciones, se intentó algo parecido.

La propuesta persigue hacer del periodismo un círculo cerrado, que luego usarían los gobiernos para evitar la crítica y someter a la oposición. Que tal monstruosidad haya sido propuesta por un gremio de periodistas es inconcebible e inaceptable. La idea fue ignorada por el Congreso, pero sigue alentada por el gremio. A pesar del Internet y las redes, esa medida aniquilaría la prensa libre.

Ni el intento de hace años, felizmente derrotado, de hacer obligatoria la militancia en el sindicato para ejercer la profesión, supera esa infeliz iniciativa de limitar a unos cuantos una práctica que no es más que una extensión del derecho a la libre expresión consagrada en la Carta Magna y en todas las constituciones liberales. Sobre lo primero cabe decir que ninguna escuela prepara periodistas verdaderos, condición que termina aprendiéndose en las redacciones de los medios. Muchos de los mejores periodistas aquí y en el resto del mundo no salieron de escuelas de periodismo. Algunos comenzaron como mensajeros y mecanógrafos. Los Castro, los Maduro y los Ortega estarían felices con un CDP.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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