Cuando decenas de miles de migrantes centroamericanos alcanzaron la frontera de Estados Unidos con el propósito de ingresar ilegalmente a ese país expresé por este y otros medios mi inquietud ante la posibilidad de que en algún momento pudiéramos vernos ante una situación similar, con decenas, casi cientos de miles de haitianos intentando hacerlo hacia esta parte de la isla. Tal posibilidad, entonces no tan remota, hoy pudiera plantearnos un terrible dilema, como tal vez nunca antes enfrentáramos como nación.

¿Qué hacer si esto llegara a ocurrir? ¿Cómo enfrentaríamos tan dramático cuadro humano? ¿Lo impediríamos a la fuerza, usando las armas de nuestro ejército, o los dejaríamos pasar para estar bien con la comunidad internacional y despojarnos así de las acusaciones de racismo y discriminación que incluso organizaciones y personalidades dominicanas divulgan arrojando sobre la nación el más injusto de los estigmas? Una acusación que ignora el hecho irrebatible de ser la única nación que a un alto costo le brinda a Haití la solidaridad que el resto de las naciones les niega.

Lo cierto es que no se trata de una escena extraída de un guion cinematográfico, sino de una realidad que pudiera presentarse si llegara a aprobarse en el Congreso la iniciativa presidencial que obligaría al Estado dominicano a otorgarle residencia permanente y a la vez hacerse cargo de todas las necesidades, con contribuciones obligatorias de los dominicanos, a todos aquellos que en la frontera pidieran la protección del gobierno alegando que su vida corre peligro en Haití, donde el caos y la falta absoluta de autoridad constituyen real y efectivamente una amenaza para quienes allí vivan.

La iniciativa es un desafío a la paz social, fuente de nuestra estabilidad y crecimiento económico. La sensatez y el respeto a la República sugieren el retiro del proyecto antes del aniversario de la Independencia. Después podría ser muy tarde.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas