Con delirante frecuencia, contra la administración anterior solía escucharse en los medios y en las redes que el país estaba jodido. Dentro del marco de nuestras grandes dificultades, esa sensación de frustración se hizo viral, y a punto estuvo de arrastrarnos a un estadio de pesadumbre. Su efecto político logró un cambio de gobierno, pero como sostenía entonces y sostengo todavía, el país no estaba jodido ni se joderá, aun si las grandes expectativas creadas no se cumplan y la situación se deteriore.

Lo que sí podría paralizarnos sería nuestra dificultad para trabajar por un propósito común, más allá de nuestras diferencias. Los problemas reales de una nación, escribí entonces, surgen cuando ese sentimiento de pesimismo y desconfianza en sus fuerzas y potencialidades se apodera de grandes núcleos de la población y nos hace creer que estamos sin posibilidad alguna. Como sucede en la economía y en casi todas las facetas de la vida, la pérdida de confianza paraliza primero y destruye después a las naciones.

Si bien bajo ciertos estados de ánimo muchos caen en ese limbo de depresión, la verdad es que este país “no se jodió” ni tampoco se joderá, por inútil que resulte el “cambio”, ni lo será tampoco suceda lo que sucediere en mayo próximo. No se joderá porque ni aún en los peores momentos de su historia la adversidad pudo con nuestro inmenso deseo de superación, lo que nos ha permitido sobrevivir y levantarnos de las peores caídas en las circunstancias más dolorosas de nuestra vida republicana. Ni siquiera cuando fuimos invadidos por fuerzas millones de veces superiores a las nuestras este país llegó a joderse.

El país no se joderá ni estuvo jodido como pretendió venderse entonces y aún se insiste ahora, porque las aguas siempre vuelven a regar los suelos después de las largas y cíclicas sequías naturales y políticas que nos afectan. Ni los redentores ocasionales alcanzarán a jodernos.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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