Las versiones conocidas del asilo en febrero de 1962 de Joaquín Balaguer en la Nunciatura Apostólica evidencian una grave falta de indagación. Se afirma que el expresidente, temeroso de una reacción airada de la multitud que protestaba en las calles y pedía su enjuiciamiento al gobierno de facto encabezado por Rafael F. Bonnelly, había escalado la verja de más de dos metros que separaba su residencia de la sede de la representación vaticana para preservar su vida. En realidad Balaguer no podía ni tuvo necesidad de saltar esa verja, muy alta, del lado norte de la residencia en la que vivió, hasta su muerte en julio del 2002.

Las versiones más creíbles de la forma en la que él penetró a ese recinto señalan que Balaguer llamó al secretario de la Nunciatura y encargado de la misión, monseñor Antonio Del Guidice, de quien era muy amigo, para expresarle su intención de buscar asilo y que más tarde fue tranquilamente caminando hasta la puerta de la Máximo Gómez que da a los jardines y garajes de la parte trasera de la residencia diplomática, separada de la suya por unos escasos metros, por donde penetró.

Esta puerta volvió a abrirse un mes después cuando Balaguer abandonó la misión amparado por un salvoconducto del Consejo de Estado, lo que le permitió salir al exilio con destino a Puerto Rico, y permaneció cerrada durante años, hasta la primera visita al país del papa Juan Pablo II, durante el gobierno de Antonio Guzmán. La otra versión señala que el propio Del Giudice fue a buscarle a su casa después de recibir aquella llamada y que ambos entraron a la Nunciatura caminando minutos más tarde.

Durante su estancia de un mes en la Nunciatura, a pesar de las presiones del Consejo de Estado y las demandas populares de que se le enjuiciara por su vinculación con la tiranía de Trujillo, Balaguer se comportó con mucha dignidad y fue esa actitud la que finalmente forzó al régimen a dotarle de un salvoconducto.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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