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Nunca faltan quienes medren alrededor del poder y al gozar de sus mieles, suelan achicarse al infame nivel de creer que otros que una vez ocuparon funciones públicas, quedan comprometidos de por vida a aceptar, como un gesto de agradecimiento o lealtad, cuanto haga un gobernante, sin importar las barreras morales que el ejercicio del poder impone a esos iluminados. Se envilecen al grado de perder toda capacidad de asimilar el ejercicio de la crítica y el pensamiento libre de toda atadura partidista, como una obligación profesional.

Condenados a sí mismo a encorvarse, ven en el ejercicio responsable del periodismo un acto de conspiración, temerosos de que el mundo de complicidad en que se desenvuelven se les caiga.

Muchas veces un simple comentario por la radio o la televisión, un artículo o un libro crítico de una gestión gubernativa los levanta de los ataúdes morales donde practican a diario el manual de adulación que pusieron en sus manos, sin objeción alguna. Se trate de una causante de mal uso presupuestario o del descalabro de los servicios públicos de salud, del desastroso estado de la educación o del auge del narcotráfico y la inseguridad ciudadana, para citar sólo algunos frutos de un ejercicio gris del poder político.

Esa gente es la que ha contribuido a minar la aspiración nacional de vivir en un sistema político decente, con gobernantes responsables, respetuosos de las leyes y la Constitución, y del valioso papel de la oposición en un régimen de libre competencia y libertad. La que se afana por exaltar las virtudes inexistentes de políticos que sólo ven el poder como una oportunidad para ascender en la escala social, ganar fama o acumular riquezas.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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