Se olvida frecuentemente que el periodismo es no sólo una fuente de entretenimiento, sino más bien de información y orientación, y, por ende, de educación. Por esa razón, la literatura ejerce en él una influencia positiva. Como en los diversos géneros literarios, los diarios y revistas deben de estar bien escritos porque, entre muchas otras razones, son de más fácil acceso al gran público.
Las crecientes exigencias de información sobre las más amplia gama de acontecimientos, plantean la necesidad de que los periodistas se esfuercen por mejorar sus técnicas de redacción, para decir más cosas con menos palabras, y en un lenguaje lo más próximo posible a la perfección.

Como en literatura, en el periodismo las ideas importan más que las palabras. Esto no significa un desprecio por el valor que el idioma pone a servicio del escritor o periodista para expresar esas ideas. Pero de nada valen las mejores palabras, si detrás de ellas no se ocultan o surgen buenas ideas.

En el prólogo de un importante libro titulado “Los periodistas literarios o el reportaje personal”, el escritor norteamericano Norman Sims hace la reflexión siguiente: “Las historias cotidianas que nos hacen penetrar en la vida de nuestros vecinos solían encontrarse en el mundo de los novelistas, mientras que los reporteros nos traían las noticias de lejanos centros de poder que a duras penas afectaban nuestras vidas. Los periodistas literarios reúnen las dos formas. Al informar sobre las vidas de las personas en el trabajo, en el amor, o dedicadas a las rutinas normales de la vida, confirman que los momentos cruciales de la existencia diaria contienen gran dramatismo y sustancia”.

Por eso, en opinión de Sims, en lugar de merodear en las afueras de poderosas instituciones, los periodistas literarios tratan de penetrar en las culturas que hacen posible que funcionen.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas