Una de las prácticas más desconsideradas en los procesos electorales del país es la de atiborrar la geografía nacional con vallas, letreros y afiches promocionales de los candidatos, que afean las ciudades y las carreteras y crean contaminación visual, y en muchos casos un peligro para los conductores, cuando esa promoción oculta señales de tránsito. Una vez concluida la campaña en mayo próximo, cabría esperar que los partidos cumplan con la obligación de limpiar las áreas que han embadurnado con su publicidad, para facilitar, por lo menos, el necesario tránsito hacia la normalidad. Pero lo dudo.

En muchos países la difusión de este tipo de publicidad está muy controlada y la violación de las normas se paga con la anulación de candidaturas o fuertes penalidades económicas. Ese control determina los lugares donde se permite el despliegue de material promocional e inclusive su volumen. También establece plazos para el retiro y el incumplimiento de la norma implica además sanciones para aquellas autoridades responsables de hacerlas cumplir.

Nada de eso se observa en nuestro país, donde los partidos abusan de esa debilidad institucional y no se sienten obligados a respetar el entorno físico de aquellos a quienes cortejan por sus votos. Nos acercamos a las elecciones y todavía hay publicidad de la campaña anterior en calles y carreteras. Eso se debe, es penoso admitirlo, a que a mucha gente le importa tal vez un bledo que las paredes, los parques y los postes del tendido eléctrico de los sectores donde residen estén repletos de promoción electoral que el viento, la lluvia y el sol deterioran, y afean el ambiente en el que crecen sus hijos y nietos. Quiérase o no, llegará un día en que la forma de hacer política será distinta, aunque lo que me queda de vida no me permitirá verlo.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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