Cuando se lee y se escucha por la radio y la televisión el incesante saqueo de los bienes públicos, sin sanción alguna, mientras se habla de pactos o medidas fiscales que supondrían inevitablemente nuevos impuestos y más sacrificios para la clase media y los pobres, asalta el temor de que el día menos pensado la relativa tranquilidad en que vivimos se aleje de nosotros. Un día en que todo será distinto. En el que la autoridad, indiferente y cómplice de los hechos que agotan la paciencia nacional, no será suficiente para sofocar la ira de las multitudes.

Será el día en que aquellos que incluso le huyen a esa posibilidad, acudirán a un llamado de redención que alguien, tal vez desconocido, formulará bajo cualquier consigna, porque cuando llegue ese día ya nada importará y todo lo que resulte del desorden y la destrucción será para la multitud menor que todo cuanto existía. Me temo que la ceguera y las ambiciones de una clase política corrupta estén acelerando la llegada de ese día fatal que nos ocultará el solo por muchos años, como ya ocurre en otros países.

¿Cómo puede pretenderse que un pueblo lleno de necesidades materiales, sin acceso a una educación de calidad y a un sistema de salud confiable; un pueblo carente de servicios públicos elementales, sin transporte seguro y por demás caro, sin agua ni electricidad y dependiente de humillantes programas de caridad pública, puede permanecer por siempre callado, sin quejarse, ante tan evidente y descarado saqueo de los bienes públicos, incluso en instituciones que se creían distintas?¿Cómo entender que ninguna voz desde un alto púlpito, advierta sobre el peligro que nos aguarda si no se le pone freno de inmediato a esos excesos y se imponen las sanciones que la ley hace obligatoria? Porque una vez que surja el primer conato será difícil apagar las teas que incendiarán calles y plazas.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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