Vivimos en el paraíso, se dice en los ambientes oficiales para resaltar la opinión del Gobierno sobre la situación del país. La percepción no es del todo incorrecta. Si nos atenemos a la versión bíblica del paraíso terrenal donde Dios envío a Adán, el primer ser de la creación concebido a su imagen y semejanza, y a su compañera Eva, la visión oficial se acerca mucho a la realidad que confrontamos.

En aquel paraíso, por ejemplo, no había electricidad ni acueductos. La forma en que aquí funcionan las redes eléctricas, las escuelas y hospitales equivaldría a su no existencia, tal como era en aquel predio en que la humanidad dio sus primeros pasos. El parecido sería mayor si se observa que muchos dominicanos tienen dificultades para conseguir techo, como sucedía con aquella pareja bíblica inolvidable, forzada por mandato divino a vivir en la intemperie. En el paraíso los alimentos escaseaban, al punto que Adán no pudo resistir la tentación y a falta de opciones, en un momento de obvia desesperación, mordió la manzana envenenada, lo que a menudo sucede con infinidad de compatriotas cuya dieta no reúne condiciones aceptables de calorías y proteínas.

En fin, en vista del largo listado de parecidos, nada extraña que el discurso de algunos voceros oficiales esté influido por el subconsciente, razón por la cual no estimo justo que se le critique. Como en el paraíso creado por Dios no había espacio para la cantidad de personas que habitan esta parte de la isla en que vivimos, las comparaciones al final no resultan del agrado colectivo. Dados los años transcurridos y los cambios que los frutos de la Creación han traído sobre el planeta, conviene en nuestro beneficio alejarnos de esa visión paradisíaca y conformarnos con una realidad mundana que implique más electricidad, menos basura, alimentos más baratos y mejores programas de salud y educación.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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