Las violaciones al toque de queda no justifican las acciones de brutalidad que están mostrando a diario las redes por parte de agentes del orden. Y no está claro que esa modalidad de represión persuada finalmente a la gente a aceptar las restricciones, por más oneroso que resulte, además, el cobro de multas por tomar un poco de aire fresco nocturno en las aceras de las calles de un vecindario.
Si estos métodos reñidos con la ortodoxia democrática continúan, las autoridades perderán toda capacidad de persuasión y terminarán alcanzando el rango de política pública. Admito que el nivel de irritación de los policías que llevan días, semanas y meses, tratando de cumplir con su deber de hacer respetar las restricciones del estado de emergencia, lleve a muchos de ellos actuar con violencia irracional. Pero hay que reconocer asimismo que la gente que ha permanecido confinada en sus casas, abrumadas por la angustia de la pérdida de empleo, la reducción de ingresos y la visión de un futuro incierto, no ve en el toque de queda una solución de sus problemas y necesita oxígeno, salir por momentos de la prisión que implica vivir encerrado en cuartuchos hacinados, donde familias duermen prácticamente unos encima de otros.

Se ha visto la detención de gente en los jardines o en las galerías de sus casas, por presunta violación al toque de queda. Y son muchas ya las escenas de policías penetrando sin autorización a propiedades privadas para detener reuniones familiares o evitar que sus residentes disfruten del patio o se bañen en una piscina.

Criticar o rebelarse contra una restricción en la situación actual no significa hacerlo contra el gobierno ni querer el fracaso de su gestión. Por eso y porque no vivimos en dictadura, las acciones de brutalidad deben cesar. La única guerra que debemos librar es contra el COVID-19, no contra indefensos ciudadanos.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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