Periódicamente, cuando la marea política subía o el hastío del país revivía las ansias de cambio, Joaquín Balaguer solía rejuvenecer el gobierno modificando el gabinete o traía gente nueva a las posiciones más importantes. Tanto fue su éxito que hizo de esa rutina burocrática un método eficaz para ganar tiempo y espacio político y aquietar la inconformidad popular, al derivar en áreas del Gobierno la insatisfacción que su prolongado ejercicio del poder creaba en la población.

Tal vez por esa razón, su gobierno excesivamente largo nunca parecía envejecer. Los cambios en el gabinete hicieron el papel del retrato de Dorian Grey, el personaje de la novela de Oscar Wilde, para que en su caso la administración que por años presidió luciera tantas veces joven, en medio de un creciente repudio. En ocasiones incluso recurría a los cambios cuando anticipaba alguna queja, antes de que degenerara en crisis, y con eso creba a su alrededor el mito de gran manejador que se llevó a la tumba.

La semana próxima el presidente Luis Abinader iniciará la ruta final hacia las elecciones en las que se decidirá si sale del poder o se afianza en él. Se inicia el tramo más difícil por el que se le juzgará finalmente al Gobierno. Si bien figura con ventaja sobre sus oponentes en la lucha hacia las elecciones, en esos meses finales diversos factores pueden modificar el panorama. Muchos de sus funcionarios han envejecido como el retrato de la novela de Wilde. Incluso se hicieron viejos en los cargos cuando él no había cumplido su primer año de mandato y esa ancianidad no le ayudó a mantener joven al Gobierno.

En este último tramo del cuatrienio, la inyección de talento nuevo puede darle al presidente Abinader el espacio y el tiempo de reposo que el Gobierno necesita para revisarse. Así podría realizar las acciones que han obstaculizado, con su inacción y escasa visión de futuro, las momias que mantiene en posiciones claves.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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