¿A qué país queremos parecernos? ¿A Haití, Bolivia, Nueva Zelanda o Finlandia? ¿Puede la República Dominicana financiar su desarrollo con una presión tributaria del 13 o el 14 por ciento del PIB y niveles de evasión similares? Si nos ponemos de acuerdo en las respuestas y miramos hacia adelante dejando atrás ese inmediatismo que ha caracterizado la vida nacional y mal orientado las discusiones en el ámbito de la política, seguramente superaríamos las trabas que impiden una llana discusión y todo lo demás podría resultar más fácil.
Algunos cálculos económicos sugieren que un incremento del uno por ciento del PIB en las recaudaciones fiscales hubiera bastado para superar el déficit presupuestario de cualquier año anterior. Otro uno o dos por ciento de incremento podría ser suficiente para preservar las expectativas de estabilidad macroeconómica en los próximos años y aunque hay discrepancias con respecto a estos números, es evidente que un diálogo serio y representativo al más alto nivel de la sociedad encontraría sin muchas dificultades las fórmulas de nuestro despegue definitivo.
Hablamos de cifras del orden superior a los 200 mil millones de pesos que es el monto estimado del déficit que se espera al cierre de año, lo cual significa que ese faltante no debería representar amenaza real para la estabilidad de una economía en constante crecimiento como es la nuestra, en la que el gasto tributario es muy superior. De manera que si abandonamos el temor a la mesa de negociación y renunciamos, una vez en ella, a levantarnos al primer desacuerdo, se podría hablar de un primer paso.
Una buena oposición consiste en permitir que el Gobierno resuelva los problemas que puedan explotarles después en sus manos. Y esa visión de futuro ha estado ausente del debate nacional.